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Les compartimos la columna de opinión del Padre Cristián publicada en El Mercurio, donde señala: Para que la Iglesia pueda renovar su propia juventud parece urgente que deje de estar pendiente de sí misma, sino volcada fuera de sí, dialogando con los problemas del tiempo.
El pasado 2 de abril fue publicada una nueva Exhortación Apostólica de Francisco, titulada “Cristo Vive”. De ágil lectura y lenguaje directo, este documento recuerda algunas convicciones de nuestra fe y, al mismo tiempo, alienta a los jóvenes a crecer en la santidad y en el compromiso con la propia vocación. Pero, en el trasfondo, también deja evidenciar aspectos de la propuesta de renovación eclesial a la que apunta este pontificado.
Partiendo de una sustanciosa referencia a la Palabra de Dios, Francisco pone el acento en la realidad y los desafíos de los jóvenes de nuestro tiempo. Plantea la necesidad de que los jóvenes “remen mar adentro”, vivan “en salida”, fuera de sí mismos, para ser protagonistas, para crecer en la entrega, en la amistad con Dios y en el compromiso con los hermanos.
Este “salir” implica que el protagonismo de los jóvenes debe proyectarse más allá de los servicios internos de la Iglesia. Señala que la vocación laical tiene un fuerte énfasis en la caridad social y política, porque “es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para crecer en la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo”. Y plantea un desafío interesante: “construir la amistad social, buscar el bien común”, poniendo el acento en la capacidad de los jóvenes para encontrar caminos donde otros ven solo murallas, en la habilidad para reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros. Con sabiduría, señala que en las insatisfacciones que atormentan a los jóvenes hay un elemento de luz. Por ello, la inquietud insatisfecha junto con el asombro abren paso a la osadía que los hace responsables de una misión.
Pero, junto con este dinamismo “en salida”, enfatiza que la juventud no puede ser un tiempo de suspenso, sino de decisiones y, precisamente, eso la hace especialmente atractiva. En esta etapa, en efecto, tiene un rol central el discernimiento, porque se trata de “entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno”. En pocas palabras, está en juego el sentido de la vida. Por ello es el tiempo de las decisiones que se dan en todos los campos: en el ámbito profesional, social, político y otras más radicales que darán una configuración determinante a su existencia, como podría ser una vocación matrimonial o religiosa. Por ello esta etapa es configuradora de una nueva realidad y respuesta generosa a un camino de vida nueva.
No podemos soslayar que esta Exhortación de Francisco sobre los jóvenes deja traslucir un concepto de Iglesia con ribetes claros. Por un lado, se distancia de quienes quieren una Iglesia avejentada, esclerotizada en el pasado, detenida; y por otro, de quienes son esclavos de una Iglesia que “cede a todo lo que el mundo le ofrece, creyendo que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás”. Francisco postula una Iglesia joven, lúcida y desideologizada, que muestra sueños que el mundo no ofrece, que testimonia la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres y de la amistad social.
Para que la Iglesia pueda renovar su propia juventud parece urgente que deje de estar pendiente de sí misma, sino volcada fuera de sí, dialogando con los problemas del tiempo, siendo capaz de dejarse ayudar y de reconocer sus limitaciones que han quedado tan evidenciadas con la plaga de los abusos; que deje de estar encerrada solo en tres temas de línea editorial porque no puede olvidar que nada de lo humano le resulta ajeno; que deje de estar a la defensiva, sino abierta a escuchar, a dejarse cuestionar, a reconocer sus errores para renovar su propia juventud; que sea más sinodal, donde todos seamos corresponsables de su ser y quehacer. En último término, que venza los temores y recupere la audacia evangélica. Ya decía el Papa: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias comodidades”.
La propuesta de Francisco clama una urgente renovación eclesial y ve en los jóvenes un camino luminoso para lograrlo. Por ello, usando una imagen de reminiscencia bíblica, señala que “el corazón de cada joven debe ser considerado tierra sagrada, portador de semillas de vida divina, ante quien debemos descalzarnos para poder acercarnos y profundizar en el Misterio” (CV 67).
El nombre “Cristo Vive” expresa algo más que la presencia de Dios entre nosotros; refiere a una Iglesia que, interpelada y dinamizada por los jóvenes, puede ser una tierra nueva.
Cristián Roncagliolo Pacheco
Obispo auxiliar de Santiago