"Unidos en Cristo para Evangelizar"
27 de Agosto de 2019
La lectura espiritual y conversión personal
 



Hoy iniciaremos una reseña de la vida de varios santos, en cuya vida de entrega a Dios ha tenido relevancia la lectura espiritual.

En la vocación de San Antonio, padre del monacato. Se trata de joven perteneciente a una familia rica, supuestamente nacido el año 251. Antonio escucha las palabras de Mt. 19, 21 como dirigidas a él y cambia de vida («Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y ven sígueme»). En la Vida de Antonio, compuesta por San Atanasio, se relata radical efecto de esta lectura espiritual de la siguiente forma: “2, 1. Después de la muerte de sus padres, quedó solo con su hermana, más pequeña. Tenía dieciocho años o veinte años y se ocupaba de la casa y de su hermana. 2. No habiendo transcurrido aún seis meses desde la muerte de sus padres se dirigía de la Casa  del Señor, como era su costumbre, y recogiendo sus pensamientos meditaba en todo esto: como los apóstoles abandonaron todo para seguir al Salvador y como aquellos hombres que se hablaba en los Hechos, vendían sus bienes, los llevaban y los depositaban a los pies de los apóstoles para que fueran distribuidos entre los necesitados; y que gran esperanza les está reservada en el cielo. 3. Con estos pensamientos entró en la Iglesia, en ese momento se leía el Evangelio, y oyó que el señor decía al rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende todas sus posesiones y dáselas a los pobres; y ven y sígueme, y tendrás un tesoro en los cielos. 4. Y Antonio, como si el recuerdo de los santos le hubiera sido inspirado por Dios y pensando que está lectura había sido leída para él, al momento salió de la Casa del Señor y entregó los bienes que había heredado de sus padres a sus conciudadanos, trescientas aruras de tierra muy fértil y excelente, para que no fueran una molestia para él y para su hermana. 5. Vendió todos los demás bienes muebles y, reuniendo una gran suma de dinero, la dio a los pobres, reservando una pequeña cantidad para su hermana” (San Atanasio, Vida de Antonio, Madrid: Ciudad Nueva, 1995, pp. 34-35).

Como se puede apreciar, el relato demuestra que Antonio tenía incorporada esta práctica de piedad en su vida diaria. De otro modo, no sería posible que pudiera recogerse en sus pensamientos y meditar lo que era bueno para él.

Lo anterior no quedó como un hecho aislado. Cuenta San Agustín en su Confesiones, al narrar su conversión que en ese momento de su vida estaba sumido en una profunda crisis interna. Aborrecía la vida desordenada que había llevado, sentía que debía dar el paso ya hacia Dios. En sus propias palabras, esto aconteció así:

“29. Estaba yo diciendo esto y llorando con amarguísima contrición de mi corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz como de un niño o niña, que cantaba y repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee. Yo, mudando de semblante, me puse luego al punto a considerar con particularísimo cuidado si por ventura los muchachos solían cantar aquello o cosa semejante en alguno de sus juegos; y de ningún modo se me ofreció que lo hubiese oído jamás. Así, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté de aquel sitio, no pudiendo interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo, en que de parte de Dios se me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo y leyese el primer capítulo que casualmente se me presentase. Porque había oído contar del santo abad Antonio, que entrando por casualidad en la iglesia al tiempo que se leían aquellas palabras del Evangelio: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después ven y sígueme; él las había entendido como si hablaran con él determinadamente y, obedeciendo a aquel oráculo, se había convertido a Vos sin detención alguna. Yo, pues, a toda prisa volví al lugar donde estaba sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del Apóstol cuando me levanté de aquel sitio. Tomé el libro, lo abrí y leí para mí aquel capítulo que primero se presentó a mis ojos, y eran estas palabras: No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo”.

“No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas”.

“30. Entonces cerré el libro, dejando metido un dedo entre las hojas para anotar el pasaje, o no sé si puse algún otro registro, y con el semblante ya quieto y sereno, le signifiqué a Alipio lo que me pasaba. Y él, para darme a entender lo que también le había pasado en su interior, porque yo estaba ignorante de ello, lo hizo de este modo. Pidió que le mostrase el pasaje que yo había leído, se lo mostré y él prosiguió más adelante de lo que yo había leído. No sabía yo qué palabras eran las que seguían; fueron éstas: Recibid con caridad al que todavía está flaco en la fe. Lo cual se lo aplicó a sí y me lo manifestó. Pero él quedó tan fortalecido con esta especie de aviso y amonestación del cielo, que sin turbación ni detención alguna se unió a mi resolución y buen propósito, que era tan conforme a la pureza de sus costumbres, en que había mucho tiempo que me llevaba él muy grandes ventajas. Desde allí nos entramos al cuarto de mi madre, y contándole el suceso como por mayor, se alegró mucho desde luego, pero refiriéndole por menor todas las circunstancias con que había pasado, entonces no cabía en sí de gozo, ni sabía qué hacerse de alegría; ni tampoco cesaba de bendeciros y daros gracias, Dios mío, que podéis darnos mucho más de lo que os pedimos y de lo que pensamos, viendo que le habíais concedido mucho más de lo que ella solía suplicaros para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertisteis a Vos, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme en aquella regla de la fe, en que tantos años antes le habíais revelado que yo estaría. Así trocasteis su prolongado llanto en un gozo mucho mayor que el que ella deseaba, y mucho más puro y amable que el que ella pretendía en los nietos carnales que de mí esperaba”. (Agustín de Hipona, Confesiones, L. III, cap. VIII).

Crodegango

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Lectura espiritual recomendada
Libro: La felicidad donde no se espera.
Autor: JACQUES PHILIPPE
Editorial: RIALP, 4ª ed. Págs. 212.

Resumen: “El mundo de hoy está enfermo de su orgullo, de su avidez insaciable de riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo el mensaje de las Bienaventuranzas”. La pobreza de espíritu, la primera de ellas, es según el autor la clave de la vida espiritual, de todo camino de santidad y de toda fecundidad. Todas ellas contienen una sabiduría luminosa y libertadora, pero cuesta comprenderlas y practicarlas. En este libro, Jacques Philippe ofrece una sugerente reflexión sobre cada una de ellas, y ayuda a entender cómo contienen toda la novedad del Evangelio, toda su sabiduría y su fuerza para transformar el corazón del hombre y renovar el mundo.

   






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