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El Evangelio nos muestra la existencia de unos seres espirituales que colaboran con Dios, los ángeles. La etimología de la palabra “ángel” procede del latín angelus, y que quiere decir “mensajero” o “servidor” de Dios (Hebreos 1, 7).
El Papa San Pío X decía que “los ángeles son las criaturas más nobles creadas por Dios”; son inmortales, tienen voluntad propia, poseen conocimientos más amplios y su poder es muy superior a los hombres (Salmo 103, 20; 2 Pedro 2, 11). Su apariencia puede ser como un relámpago, y sus vestiduras blancas como la nieve (Mateo 28, 3); además están siempre en la presencia del Padre Eterno (Mateo 18, 10), y constituyen su ejército celestial (Salmo 148, 2). Sobre su número las Escrituras aclaran que son “millones de millones” (Daniel 7, 10; Apocalipsis 5, 11). Santo Tomás de Aquino enseñaba que los ángeles fueron creados antes que el hombre, porque un ángel rebelde a Dios, fue el culpable de la caída de nuestros primeros padres. Se admite entonces que el Padre del cielo los creó en un principio, cuando sacó de la nada el universo (Concilio de Letrán, 1215). Hay en estos seres espirituales tres instantes: su creación, la prueba de obediencia a que fueron sometidos por Dios, y el premio en el cielo para los ángeles buenos, y el castigo en el infierno para los ángeles malos.
Para la protección y ayuda a los seres humanos Dios ha previsto a los “ángeles de la guarda” (Génesis 48, 16; Salmo 34, 7; 91, 10-11; Mateo 4, 6; 18, 10; Hebreos 1, 14). Interceden por nosotros ante el trono divino (Job 33, 23-24; Zacarías 1, 12; Tobías 12, 12). Al respecto, San Basilio agregaba: “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlos a la vida”. El día del juicio final los ángeles del Señor serán los encargados de despertar a los muertos, y separar a los justos de los pecadores (Mateo 13, 41; 16, 27; 24, 31; 25, 1ss).
Deberíamos procurar tratar en estos días a los ángeles, en especial, a nuestro ángel de la guarda. La falta de compañía física que no le podemos prestar a nuestros seres queridos en esta pandemia, puede ser suplida a través de estas creaturas maravillosas. La oración del cristiano siempre es un arma poderosa. Dios nos ha regalado esta compañía para nuestro auxilio y el de nuestros hermanos.
No está de más recordar y recitar de manera asidua esa vieja oración que nos enseñaron de pequeños: “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día…”.
Crodegango