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A nadie puede escandalizar reconocer que vivimos en una sociedad donde el elemento religioso no es lo predominante. Los ejemplos son abundantes y a todo nivel. Hace algunas semanas la prensa relataba el consejo de un influyente asesor que le recomendaba al presidente de la república: “no termine sus discursos con la frase ‘Que Dios los bendiga’. A nadie le importa Dios, Presidente”.
En el Concilio Vaticano II la Constitución Pastoral Gaudium Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, se anticipaba a esta realidad señalando: “(…) el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”.
Muchos jóvenes son educados hoy como si Dios no existiera. Varios viven como ateos perfectos, que son aquellos que ni siquiera se preguntan por su increencia. Sus modelos culturales son otros. La vida de Jesucristo les es completamente ajena; en el mejor de los casos, es un personaje histórico, al que pueden comparar, con toda facilidad, con otros líderes religiosos o políticos. En su ateísmo perfecto ignoran que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios encarnado y todo lo que de ello se deriva.
Este ateísmo ha llevado a que muchos de nuestros jóvenes estén disponibles para abrazar, en algunos casos con fervor, causas ecológicas o identitarias, aunque algunas de ellas sean contrarias a las reglas de la moral o de la biología. A muchos les resulta indiferente que alguien se pueda pasear del brazo con el error, puesto que todo está regido por un derecho absoluto a elegir, sin ningún límite. El que diga lo contrario automáticamente es puesto bajo sospecha, por discriminar.
La respuesta cristiana a este fenómeno se encuentra en la vivencia que tenemos que hacer de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. A través de ellas se alcanza una vida plena, puesto que tienen a Dios como su objeto.
Pidamos al Padre que nos permita dar testimonio de la Verdad, para que comuniquemos a nuestros hermanos los hombres la buena nueva del Señor.
Crodegango