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La Iglesia enseña que ha de tributarse a la Santísima Virgen un culto de veneración (dulía), pero “suprema”, llamada hiperdulía, debido a la eminente dignidad de Madre de Dios. Lo anterior se concreta en las distintas advocaciones o nombres que Ella recibe.
El nombre de la devoción a la Virgen del Carmen viene por el lugar de su origen, en el Monte Carmelo, situado en Palestina, al oeste del Lago de Galilea.
Es muy difundida entre nosotros la imposición del Escapulario. Esta devoción se origina con lo acontecido el domingo 16 de julio de 1251, a San Simón Stock, Superior General de los Padres Carmelitas del convento de Cambridge. Cuando estaba rezando, se le apareció la Virgen María vestida de hábito carmelita, llevaba al Niño Jesús en sus brazos y en su mano el Escapulario, que le entregó diciendo: “Recibe hijo mío este Escapulario de tu orden, que será de hoy en adelante señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los que lo vistan. Quien muriese con él, no padecerá el fuego eterno. Es una señal de salvación, amparo en los peligros del cuerpo y del alma, alianza de paz y pacto sempiterno”. (Novena de Nuestra Señora del Carmen, Santiago, Carmelitas descalzos, 1942, pág. 30; Matte y Domínguez, El Escapulario del Carmen, pág. 9).
Los misioneros agustinos, que llegaron a Chile el año 1595, junto con enseñar el Evangelio difundieron la devoción a la Santísima Virgen María, bajo la advocación del Carmen. Esto se extendió rápidamente en el pueblo católico, hasta el día de hoy. Esto se manifestaba especialmente cada 16 de julio, día en que la Iglesia celebra la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, y cuya imagen, los padres agustinos sacaban en procesión por las principales calles de la ciudad.
El año 1923, el Papa Pío XI declaró a la Virgen del Carmen como “Patrona de Chile”. Su coronación se hizo el 19 de diciembre del año 1926 en el Parque Cousiño (actual Parque O’Higgins).
Los frutos de la devoción a la Virgen del Carmen son incontables en nuestra patria y así tenemos que agradecerlo en su fiesta.
Todo tiempo es propicio para seguir rogando a nuestra Madre del Cielo, de manera particular, para que aumente nuestra fe en su Hijo, nuestro Salvador.