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La semana pasada hablábamos de cómo José era el hombre de la acogida. A veces relacionamos la acogida solo con pasividad y resignación, y con no hacer nada por cambiar las cosas. Algo de esto se colaba en la espiritualidad del siglo XIX, por ejemplo en la oración del Mes de María, que decía: “haznos humildes, caritativos, pacientes y resignados”. Hoy en día, muchos la rezan cambiando esa palabra por “esperanzados”. La segunda virtud teologal de la esperanza nos acerca más al sentido verdadero de la acogida, fuerte, creativa que nos propone Cristo y que vemos en San José.
Por eso Francisco nos dice que “José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia”. Como cuando San José y María tuvieron que escapar a Egipto, porque el mal los asediaba y amenazaba de muerte al Niño. Aceptaban con fortaleza y fe los momentos difíciles.
Y así debemos buscar ser los cristianos en la compleja sociedad en que nos toca vivir.
Es el don de Cristo el que nos permite vivir de esta manera: “La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de su propia historia, aunque no la comprenda del todo. Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas» parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana y con una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí.”
No importa lo que podamos atravesar en nuestras vidas: con Dios, siempre es tiempo de comenzar de nuevo: “Acoger la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas”. Incluso el mal termina contribuyendo, si es que lo asumimos desde la fe, para el bien de quienes aman a Dios (cf. Rm 8,28). La fe ilumina los acontecimientos felices y tristes.
El papa termina este apartado diciendo como la verdadera actitud cristiana llama a la responsabilidad, que no por ser confiada en el Padre es menos valiente: “Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona. La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles”.
¡San José, padre de la acogida, ruega por nosotros!