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En nuestras meditaciones semanales de verano sobre la carta apostólica sobre San José, la semana pasada tocábamos el tema de la valentía creativa. Esta semana hablaremos de San José como migrante y como Santo Custodio.
En estas semanas, en que la campaña Cuaresma de Fraternidad está centrada en los migrantes, debemos recordar que San José, la Virgen y Jesús también fueron migrantes, y que enfrentaron los mismos problemas que nuestros hermanos hoy: “A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria”. Hace algunas semanas fuimos testigos de la tragedia de Colchane, en que muchos migrantes buscaban poder darle a sus familias la posibilidad de un futuro mejor. Es un problema tremendamente complejo, que implica caridad y discernimiento a la luz del Evangelio, y en el que nos puede guiar la figura de José.
José ha sido siempre también invocado en la Iglesia como el “Santo Custodio”, el que cuidó a la Sagrada Familia en su exilio y también cuida hoy a la Iglesia. Esta dimensión de custodia es destacada por Francisco: “Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado. De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe”.
Este es un hecho que no se queda en el pasado. San José es el protector de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo, unida por siempre a su Madre. En estos tiempos en que nuestra Iglesia está tan golpeada por crisis internas y externas, nosotros también estamos llamados a custodiar la Iglesia, como dice el papa, con ternura y amor, como lo haríamos con el Niño Jesús.
Francisco nos invita a “preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre”.
Y esto lo haremos en “cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre”.
En el siguiente mes de marzo, en que se celebra a San José, preguntémonos: ¿amo a la Iglesia? ¿Cómo amo al Niño y a su Madre presentes en Ella? Y si toda la crisis que hemos vivido ha remecido y enfriado nuestro amor y nuestra fe en la Iglesia, pidámosle al Santo Custodio que nos enseñe a amarla, ya que a través de Ella nos ha venido el mayor regalo: la fe en Jesús, el Hijo de Dios.