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José Olivares, casado, 53 años, es ingeniero agrónomo y fue ordenado diácono permanente en 1984.
Fue mientras trabajaba en Estados Unidos, en el Banco Mundial, que se planteó esta vocación. Allí fue invitado, formado y ordenado diácono. “Un día a la salida de misa, el sacerdote que hoy es Cardenal Arzobispo de Boston nos detiene a mi esposa y a mí y nos dice que están formando un curso para diáconos para los migrantes latinos, ahí nos miramos y nos demoramos 3 segundos y dijimos sí y ya llevamos 32 años de diaconado”.
Fue ateo de los 13 a los 35 años y tuvo un proceso de conversión al momento en que sus hijas se preparaban para la primera comunión. “Fue un proceso largo, yo me alejé de Dios, pensé que no existía, que era un invento del hombre para satisfacer sus necesidades sicológicas y sociológicas, no tenía nada ni a favor ni en contra y con ocasión de la primera comunión de mi hija mayor me tocó escuchar una charla del padre Luis Ramírez sobre la confesión y la encontré espectacular me resolvió muchas dudas. Cuando uno es converso tiene una fe mucho más profunda porque la construyes trabajando tus dudas”, dice el diácono.
Hoy José está dedicado ciento por ciento a la Iglesia; junto a Patricia, su esposa, son miembros de la Comisión Nacional del Diaconado Permanente de la Conferencia Episcopal y en la zona cordillera son coordinadores en discernimiento y acompañamiento diaconal. En nuestra parroquia lleva más de 20 años participando hoy está a cargo del área de desarrollo espiritual viendo diferentes instancias y grupos de oración, cursos y charlas. También está a cargo del rito de iniciación cristiana de adultos y las liturgias del día lunes.
"Es maravilloso ser diácono, es una experiencia que te llena la vida, te permite interactuar con personas que de otra forma no habrías conocido. La parroquia es mi segundo hogar, un segundo hogar donde estás invitado a dar y darte como persona, a conversar con la gente, a alegrarte con sus alegrías cuando te piden bautizar a sus hijos o que los cases, tú ves ahí una fuente de alegría muy grande que da plenitud a la vida y al mismo tiempo es el contacto con lo divino, cuando llegas en la liturgia, al rito de la comunión y tomas la hostia y la presentas es súper fuerte, cuando bendices me emociono tremendamente, uno sale transformado, con una felicidad interna, especialmente cuando te das cuenta que Dios te usó como instrumento”.
Oremos por José y por todos los diáconos permanentes de nuestra Iglesia, que nos ayudan día a día a acercarnos más a Dios.