El domingo es un día especial para la iglesia de nuestro país, ya que se conmemora a una joven que entregó su vida a Dios para que el alma de su madre volviera a los senderos del Señor.

Laurita Vicuña fue una niña que nació en Chile en 1890, pero que muy pequeña se mudó junto a su madre y su hermana menor a Argentina. Ahí ingresó al colegio de las Hijas de María Auxiliadora, donde comenzó una vida de fe y oración, pretendiendo algún día llegar a ser religiosa.

En el país trasandino, su mamá conoció a un hombre con el cual se emparejó sin contraer matrimonio. Esta situación perturbaba a Laura, ya que su progenitora vivía en pecado, y además, recibía fuertes castigos de parte del hombre.

Esta situación llevó a que la beata chilena le prometiera a Dios que ella sufriría todo lo que a Él le pareciera bien, a cambio de que su madre se convirtiera, y así salvara su alma y dejara de vivir en pecado.

En su estadía en el colegio se destacó por fe en Cristo y amabilidad con su comunidad, siendo un modelo de vida cristiana para sus compañeras.

Hasta que un día, mientras estaba en su colegio, cayó gravemente enferma por ayudar a la intemperie a las más pequeñas de su escuela, durante una inundación en pleno invierno. No se puedo recuperar y antes de morir, alcanzó a contarle a su madre su promesa a Dios por ella.

“Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tú no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente”. (1)

Conmovida, la madre abrazó a Laura e inició otro camino. Laura murió el 22 de enero de 1904, fecha en que recordamos su vida de santidad, la cual es ejemplo de fe para todos nosotros, ya que ella confió en Dios y acató su voluntad, entregándose generosamente por su amada madre.

¡La santidad es para todos, solo debemos dejar que Dios transforme nuestras vidas!

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(1) aleteia.org