La señora Alicia llegó un año antes que se construyera la capilla, a la villa El Dorado, el 1963.

A pesar de trabajar como auxiliar de vuelo para LAN, cada vez que podía, iba a misa y a rezar a la capilla, hasta que dejó de trabajar y pudo ir cada vez que quiso.

Alicia siempre tuvo el gusto de entrar a las iglesias que veía vacías, el silencio y la tranquilidad le permitían rezar mejor y aprovechaba esos momentos para hacerlo, pero con los años se dio cuenta de que era cada vez más difícil encontrar iglesias y capillas abiertas para pasar a rezar cuando caminaba por la ciudad.

En 1994 le comentó esta inquietud a su amigo y entonces, coordinador de la capilla El Dorado, Alberto Bustos, y le ofreció la posibilidad de ir a la capilla todos los días para abrirla y darle ese espacio a las personas que quisieran pasar a rezar.

Su amigo, consciente de la responsabilidad, le sugirió ir dos veces a la semana, para que ella pudiera dedicarse a sus cosas y no faltara a sus compromisos. De esa forma, Alberto le consiguió a Alicia las llaves de la capilla y ella comenzó a ir martes y viernes a abrir sus puertas, de manera que todo el que lo necesitara, pudiera entrar.

"Empecé en octubre del '94", recuerda, "y me alegra hacerlo porque muchas veces la gente necesita rezar un ratito y ahí tienen la posibilidad, y cuando salen me dan las gracias".

Alicia busca que las personas tengan hoy la misma posibilidad que tenía ella antes: "Para mí es muy importante, porque pienso que le ayudo a la gente, cuando entra alguien a la capilla, yo pienso 'pucha, yo serví para algo'”.