"Unidos en Cristo para Evangelizar"
26 de Octubre de 2017
Mes de María
 




Apreciados amigos,

Desde el día 08 de noviembre, Chile entero se viste de fiesta. Rezaremos todos los días la hermosa oración implorando de la Santísima Virgen María su auxilio y protección.

Aquí les comparto algunos pensamientos para seguir bien esta devoción tan enraizada en nuestra vida de católicos.

El mes de María es un tiempo de gracia y profundización de la fe cristiana que Dios nos ha regalado. En él se moviliza la fuerza del amor. El cariño a la Virgen produce un encuentro vital y afectivo con el Señor, así como el amor a Jesús nos acerca a su Madre.

El Papa Francisco nos dice: “en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre”. Por eso en todo el Mes de María vamos mirando y meditando los misterios de Jesús y de su madre, que acompaña y colabora.  


El silencio de María, nuestra madre

Decía san Juan Crisóstomo que "no sería necesario recurrir tanto a la palabra, si nuestras obras diesen auténtico testimonio". Y con verdad, pues está claro que muchas veces los hechos son más elocuentes que los dichos.

También María, nuestra Madre, recurrió poco a la palabra. Era callada.  Realmente, cuántas palabras se ahorró. Pero, cuánto dejó dicho sin palabras. Cuánto dejó escrito con su vida. Cuánto testificó con sus obras.

María, la Virgen del Silencio, nos enseña el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Nos alecciona magistralmente en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.

Sí, cuántas veces calló María, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás. Era el suyo un silencio hecho oración y acción. Un silencio lleno, no vació ni hueco. Un silencio colmado de Dios, de sus palabras, de sus maravillas. María “guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón”, afirma el Evangelio (Lc 2,51). Porque sólo en silencio se pueden comprender las palabras de Dios y “sus cosas”.

No se trataba, por tanto, de una simple ausencia de palabras, de ruidos, de distracciones. El silencio de María fue un silencio contemplativo de la obra de Dios en su vida, en la de Jesús, en la de los demás. Un silencio de humildad, de discreción, de ocultamiento. Un silencio fecundo en buenos pensamientos, en proyectos de ayuda a los necesitados, en propósitos de entrega y donación.

El silencio de la Virgen durante su vida fue como un gran mosaico de pequeños silencios. Por ejemplo: cuántas cosas nos podría haber contado sobre toda la infancia, adolescencia y juventud de Jesús, sobre sus años en el taller de San José. Lo mismo respecto de San José, su vida, su muerte. Sobre ella misma tantos años junto a su Hijo y su esposo. Nada sabemos, salvo pequeños hechos que nos entregan los evangelistas. Pero…  detengámonos  un momento a contemplar, desde la fe,

El silencio durante la vida pública de Jesús

¡Qué discreción la de María durante aquellos años!
La fama de Jesús se extendía por doquier. Se hablaba de Él por todas partes. Sí, también en Nazaret. Y a María le llegarían diariamente muchos y muchas personas para hablarle de su Jesús y contarle lo que de Él se decía.

Y ella, ante todo eso, mantuvo silencio y discreción. Lo mantuvo en las buenas y en las malas. Lo mantuvo cuando veía y escuchaba los éxitos de Jesús, sus milagros, sus predicaciones irresistibles. No andaba diciendo a todo el mundo que Ella era la madre de ese Jesús. Y lo mantuvo también cuando a su Hijo Jesús le tildaban de loco, de endemoniado, de comilón y bebedor, de amigo de publicanos y pecadores... Todo eso llegaría a Nazaret puntualmente (como todos los chismes)...

La Virgen también callaba entonces. No salió a su defensa gritando por las calles. No organizó manifestaciones con pancartas de protesta ante tales calumnias. Eso, a lo mejor, lo hubiéramos hecho nosotros. Ella volvió a preferir el silencio aun a costa de su humillación.

María, además, seguía el derrotero de la vida de su Hijo, desde lejos, en segundo plano. Apoyando con sus oraciones y sacrificios la obra de su Hijo. Como tantas de nuestras madres. A las que sólo Dios sabe cuánto les debemos...

Sin duda a la que más debemos es a María. Ella sigue en silencio tan pendiente de nosotros como lo estuvo de Cristo.
 

El silencio después de Pentecostés

Otro gran momento en la historia. El momento de la explosión expansiva de la Iglesia de Cristo por el mundo. Y María, de nuevo en silencio.

No la vemos en las plazas públicas predicando la Buena Nueva a grandes voces y en decenas de lenguas. No la sorprendemos haciendo milagros por las cercanías del templo ante el asombro de media Jerusalén.

Ella seguía callando y oraba. Oraba mucho. Y ese silencio-oración sostenía la Iglesia naciente y le daba pujanza y fecundidad. Precisamente por esa intercesión silenciosa, María era la mediadora de todas las gracias. Sí, de todas esas gracias que estaba Dios concediendo a raudales a través de la predicación y milagros de los apóstoles.

María. Lo más poderoso ante Dios. Lo más silencioso ante el mundo.

Les deseo un hermoso mes de noviembre, un maravilloso Mes de María y un tiempo en que mirando a Dios miremos también a nuestros hermanos más necesitados. Los bendice,

Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.

                  


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