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Estimados amigos,
¡Resucitó el Señor!, así como lo había dicho.
Celebramos, no hace nada, la Pasión y muerte del Señor.
Tras la muerte de Jesús, a los Apóstoles se les vino el mundo abajo: quedaron vacíos, sin metas, como sonámbulos. Jamás pensaron que el Mesías de Israel fuera a morir crucificado, ni que fuera a resucitar de entre los muertos.
La Resurrección del Señor no fue un hecho que pudiera ser visto por ojos humanos: ocurrió como un golpe instantáneo de divinidad en las tinieblas del sepulcro, y en el centro mismo de la historia de la creación.
Y ese cuerpo glorioso, ya no sometido a las leyes de la materia tal como la conocemos, vuela por los aires y comienza a aparecer y desaparecer durante cuarenta días, ante quienes Él quiere, cuando y donde Él quiere, no en calles y plazas, sino ante testigos escogidos y privilegiados. Solo es reconocido por ellos, cuando Él quiere dárseles a conocer. El Señor Jesús quería grabar a fuego en esas conciencias esta verdad inconcebible: el resucitado era el crucificado, el mismo y no otro; el crucificado era el resucitado, ya no en carne mortal sino ahora inmortal revestido de gloria; pero siempre el mismo Jesús que ellos conocieron.
Es el mismo Jesús resucitado que ellos conocieron, amaron y por quien dieron la vida, el que conocemos nosotros; porque el que un día nació, vivió y murió, resucitó y resucita a diario por nosotros: "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe".
Esa es la fe que tenemos y que el Señor nos pide que transmitamos. Por eso nos declaramos discípulos misioneros de Jesús.
Vivamos nuestra fe en el diario vivir y esforcémonos por ser santos.
Participemos en las distintas actividades de nuestra Parroquia.
Si quiere colaborar en alguna actividad, llámenos. Y si no la hay, la inventamos.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos y cada uno de ustedes!
Aleluya, Aleluya, Aleluya.
Los saluda y bendice, su párroco:
Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.