El evangelista San Marcos nos relata un hecho que no deja de sorprender (Mc 6 1-6). Jesús al visitar su pueblo natal fue rechazado precisamente por aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos y nadie sale a su encuentro.

Su presencia solo despierta en ellos asombro ¿Quién le puede haber traspasado tanta sabiduría? ¿Quién le puede haber dado ese don de curación? Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza sanadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús es un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás les asombra (léase escandaliza).

Por su parte Jesús "se extraña de su falta de fe". Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de sanar: "no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos".

Nuestra reflexión: ¿Siento que soy "suyo"? ¿Acojo a Jesús o lo rechazo como la gente de su pueblo?

Vivimos en su tierra, somos sus ovejas, lo conocemos desde nuestro nacimiento. Él está en medio de nosotros; vive entre nosotros. Su mamá es la Virgen María. Tiene a Dios por su padre. Todos somos sus hermanos. ¿Cómo se rechaza a Jesús hoy?

Palabras suyas fueron: Cuando vuelva, ¿encontraré fe en la Tierra?

Señor, yo creo, aumenta mi fe. Dame tu fuerza y tu gracia para que pueda trabajar para que otros te conozcan, amen y sirvan. Que sea un buen discípulo misionero.

P. Roberto Espejo F.

Párroco