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Con este documento nos ofrece algunas reflexiones sobre “el inmenso tesoro de la celebración de los santos misterios”. Conforme lo indica el mismo Papa Francisco, el propósito del documento es compartir algunas reflexiones sobre la Liturgia, dimensión fundamental para la vida de la Iglesia, con el objeto que podamos tener “algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana”. De manera concreta, nos recuerda que la Liturgia nos garantiza la posibilidad de un encuentro con Jesús.
Para sacarnos del riesgo del acostumbramiento, el Papa nos pide “(…) redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana”.
Francisco nos recuerda que, “el redescubrimiento continuo de la belleza de la Liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace solo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado” (punto 22).
De manera precisa señala el Papa:
“23. Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, …) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena”.
“24. Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso esta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?”.
Por último, en plena coherencia con lo anterior, nos invita el Papa Francisco a “redescubrir el sentido del año litúrgico y del día del Señor” (punto 63).
Recordemos que el año litúrgico corresponde a las distintas etapas en que estamos celebrando el misterio de Cristo. La diferencia entre estos periodos radica en la invitación que nos va haciendo en nuestro seguimiento de Cristo. Los cambios de lecturas, de colores en las vestimentas de los sacerdotes y de oraciones en la liturgia van poniendo énfasis para invitar a los fieles a los ejercicios de piedad, espirituales y corporales que son propios de cada tiempo.
Conviene recordar, especialmente para los más jóvenes, que uno de los primeros documentos surgidos del Concilio Vaticano II (celebrado entre el 11 de octubre de 1962 al 8 de diciembre de 1965) fue la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia. Sobre el sentido del año litúrgico allí se lee:
102. La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.
Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.
Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación.
103. En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.
Pidamos al Espíritu Santo para que nos ayude a entender y vivir la liturgia y las distintas etapas del año litúrgico a que nos invita el Papa Francisco.
Crodegango