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En la pregunta relativa a las creencias asociadas a la religión, la muestra señala que el 63,6% de los jóvenes no se siente representado por ninguna religión. Sólo el 36,4% reconoce tener una creencia religiosa. En el año 1994, consultados sobre la misma materia, el 68,9 % declaró adherir a la religión católica, el 16,1% a los evangélicos y el resto a los Mormones y Testigos de Jehová.
Es un dato que, en comparación con la primera medición publicada, hemos alcanzado un mínimo histórico. Los jóvenes no se sienten en su mayoría representados por las creencias asociadas a la religión.
A los creyentes nos debería preocupar profundamente que nuestros jóvenes prescindan de las creencias religiosas en sus vidas, por todo lo que ello significa. Asumamos que esta prescindencia permite que a esas personas se les puede calificar de ateos, entendiendo como tales a los que no creen en la existencia de Dios o que la niegan. Al no sentirse vinculados por las religiones, a lo menos, hay una negación del hecho religioso.
Este ateísmo ha llevado a que muchos de nuestros jóvenes estén disponibles para aceptar formas de solución a los problemas sociales que en varios casos son contrarios a las reglas de la moral que postulan las distintas religiones. La encuesta es contundente y dolorosa en este tipo de datos.
Como se sabe, el hecho religioso es un elemento importante en toda sociedad, atendido que se refiere a las manifestaciones de lo que los hombres entienden o reconocen como “lo sagrado”. Las religiones se manifiestan en sistemas de creencias, prácticas, símbolos, espacios, instituciones, etc., en las que aparece el sentido de lo trascendente. Toda religión tiene una meta que proponer al hombre, y en las religiones monoteístas ello apunta a la existencia de Dios.
El hecho religioso es algo diverso y contrario de lo profano. El joven adscrito a religioso se diferencia del no religioso por haber encontrado una creencia que le da sentido a toda su vida. Como lo explica -para nuestra fe- el Papa Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Encíclica Deus Caritas Est).
El hombre religioso reconoce para todas las cosas importantes de la vida un orden que viene dado por la divinidad. Sabe que Dios, en el que cree firmemente, tiene previsto un camino en el que le invita permanentemente a luchar por hacer el bien y a evitar el mal. En el cristianismo, cuando se traspasa ese límite, de manera consciente, se entiende que se ha cometido una ofensa a Dios y aparece la desgarradora realidad del pecado. El pecado es una ofensa a Dios por la que el hombre se levanta contra el amor que Dios le tiene, y aparta de Él su corazón (CIC 1850).
En muchos jóvenes no creyentes se dan formas de vida en la que no existe el don de temor de Dios. Este elemento del hecho religioso, en explicación del Papa Francisco, significa algo bien concreto: (…) el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz (…). (Audiencia general del 11 de junio de 2014. El video se puede ver en www.vatican.va).
Una lectura en clave cristiana de los datos de la encuesta del INJUV es consistente. El alto porcentaje de jóvenes que no adscribe a una religión son los que aparecen dando aprobación a preferencias o formas de vida diversas a las que nos propone Jesucristo. Así lo indican, entre otros, los siguientes indicadores: más de la mitad de las mujeres jóvenes indican que estarían dispuestas a realizarse o inducirse un aborto; aumenta el porcentaje de personas jóvenes que declara haber usado algún método anticonceptivo o de protección en la primera relación sexual (de 77,5% en 2018 a 86,6% en 2022); aumentan las personas jóvenes que declaran haber consumido marihuana durante los últimos 12 meses; aumentan los jóvenes que están por permitir legalmente el “aborto libre” antes de la semana catorce de gestación. Baja el número de jóvenes que estiman al matrimonio como una institución para toda la vida. Aumentan los jóvenes que están por legalización de la marihuana, la adopción de hijos o hijas por parte de parejas del mismo sexo y por matrimonios entre parejas del mismo sexo.
Esta dura realidad convierte en verdaderamente profético el discurso de San Juan Pablo II a los jóvenes, en su visita a Chile en 1987, cuando señalaba:
“En el corazón de cada uno y de cada una anida esa enfermedad que a todos nos afecta: el pecado personal, que arraiga más y más en las conciencias, a medida que se pierde el sentido de Dios. ¡A medida que se pierde el sentido de Dios! Sí, amados jóvenes. Estad atentos a no permitir que se debilite en vosotros el sentido de Dios. No se puede vencer el mal con el bien si no se tiene ese sentido de Dios, de su acción, de su presencia que nos invita a apostar siempre por la gracia, por la vida, contra el pecado, contra la muerte. Está en juego la suerte de la humanidad: “El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre” (Reconciliatio et Penitentia, 18). (www.vatican.va).
Este Tiempo de Adviento, que es de penitencia y oración, puede ser una buena oportunidad para rectificar y convertirnos en instrumentos vivos que permita mostrar a los jóvenes el camino de profunda alegría y felicidad que tiene encontrarse con Jesús, el Hijo de Dios, cuyo cumpleaños ya comenzamos a preparar.
Crodegango