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Es un hecho alertado por los economistas que estamos pasando por una etapa de alta desocupación. Las expectativas mediatas no son para nada alentadoras, laboralmente hablando. Las mediciones revelan caídas de los puestos de trabajos, con todo lo que ello conlleva para las familias.
La ola de inmigración, que no se detiene, se explica también por razones ligadas al trabajo. Nuestros hermanos inmigrantes han llegado hasta aquí en búsqueda de condiciones laborales más favorables, que estiman están aquí. Esto último ha tenido consecuencias, ya que en algunos casos los extranjeros están disponibles a cobrar menos de lo que lo hacía un nacional.
No podemos ser indiferentes a lo que ocurre en el mundo laboral. Como lo expone la introducción la Encíclica Laborem Exercens, dada en 1981 por San Juan Pablo II, “con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos” (…).
El trabajo no es una especie de mercancía que el trabajador vende a su empleador o que se fija automáticamente por la curva de la oferta y la demanda. No es ético aprovecharse de la necesidad laboral de nadie, sean chilenos o extranjeros.
Son proféticas para nuestra actual realidad lo dicho en el punto 23 de la Laborem Exercens, sobre el trabajo de los inmigrantes:
“Lo más importante es que el hombre, que trabaja fuera de su País natal, como emigrante o como trabajador temporal, no se encuentre en desventaja en el ámbito de los derechos concernientes al trabajo respecto a los demás trabajadores de aquella determinada sociedad. La emigración por motivos de trabajo no puede convertirse de ninguna manera en ocasión de explotación financiera o social. En lo referente a la relación del trabajo con el trabajador inmigrado deben valer los mismos criterios que sirven para cualquier otro trabajador en aquella sociedad. El valor del trabajo debe medirse con el mismo metro y no en relación con las diversas nacionalidades, religión o raza. Con mayor razón no puede ser explotada una situación de coacción en la que se encuentra el emigrado. Todas estas circunstancias deben ceder absolutamente, —naturalmente una vez tomada en consideración su cualificación específica—, frente al valor fundamental del trabajo, el cual está unido con la dignidad de la persona humana. Una vez más se debe repetir el principio fundamental: la jerarquía de valores, el sentido profundo del trabajo mismo exigen que el capital esté en función del trabajo y no el trabajo en función del capital”.
La errónea concepción que algunos han tenido sobre el trabajo ha llevado a propuestas de solución de tipo colectivistas (como las marxistas) o a las economicistas, que dejan todo a una supuesta “mano invisible del mercado”, que determinaría el valor de la retribución, sin considerar la dignidad de la persona humana.
Nos debe ayudar a comprender la valoración del trabajo humano, lo dicho en el Concilio Vaticano II, al disponer:
“35. La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Pues este con su acción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo”.
“Por tanto, está es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación”. (Gaudium-et-spes).
Pongamos todos nuestro esfuerzo por procurar que, conforme a lo que tenga a mi alcance, todos tengan siempre las mejores condiciones laborales que se les puedan procurar.
Pidamos a San José, un trabajador ejemplar, que nos ayude a trabajar más y mejor para cambiar y mejorar la vida de tantos que lo necesitan.
Crodegango