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Nuestra confianza en Dios debe ser total y tenemos que estar atentos a purificar nuestro corazón e inteligencia de muchas formas de increencia que se han introducido imperceptiblemente.
Hoy muchos creen en la existencia de las “malas energías” o “malas vibras”. A partir de ese concepto terminan prisioneros de sensaciones sobre “cargas negativas” que atribuyen a lugares o cosas. Incluso algunos más osados se atreven a proponer teorías acerca de “residuos emocionales” que quedarían en lugares donde ha habido sufrimiento.
Esta forma de incredulidad se explica porque muchos no conocen el concepto de pecado y las funestas consecuencias que produce en la vida de los hombres. El pecado es “una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero, para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana (…)” (CIC 1849). Como lo explica el Catecismo, el pecado “convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las “estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un “pecado social” (cf RP 16)”. (CIC 1869). Así, “las malas vibras” o “las malas energías” obedecen a las secuelas que genera el pecado y que en algunos lugares se hacen más evidentes, como ocurre en campos de concentración o desaparecimiento de personas, en hogares donde se ha vivido violencia intrafamiliar, clínicas abortivas, etc.
Otra forma de increencia con un público cautivo cada vez más abundante, es la astrología, que comprende el “estudio de la posición y del movimiento de los astros como medio para predecir hechos futuros y conocer el carácter de las personas” (RAE). Esta actividad es contraría al plan de Dios, puesto que ningún hombre puede anticipar o predecir el futuro, ni menos nuestro comportamiento acudiendo al movimiento de los planetas o mecanismos similares, como la lectura de cartas, de la mano y otras formas de adivinación.
La fe cristiana no es compatible con ninguna forma de magia, esto es, con artes o ciencias ocultas que pretendan anticipar lo que solo Dios sabe que a cada uno nosotros.
No deja duda de lo anterior el relato de los Hechos de los Apóstoles, cuando narra lo ocurrido con Simón el Mago, quien con sus artes mágicas tenía deslumbrados a los samaritanos. Muchos lo seguían y estaban seducidos con su magia. Esto le duró hasta que se anunció la Buena Noticia del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, y todos, hombres y mujeres, se hicieron bautizar. (Hechos, 8, 8-24).
Dios se nos ha manifestado enviando a su hijo Jesús y esta cuaresma nos invita a preparar su resurrección. Dios se ha revelado a los hombres en Cristo, no mediante prácticas ocultas o designios de los astros o las cartas. A los cristianos sólo nos corresponde confiar en la misericordia de Dios y en su plan salvífico.
Nos debería ayudar a purificar cualquier duda en la confianza que debemos a Dios rezar con el Salmo 27:
“1 El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?” (…).
“14 Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor”.
Pidamos al Espíritu Santo que esta Cuaresma nos ayude a buscar una nueva conversión, que supone siempre amar la Cruz de Jesucristo y a esperar confiadamente en Él.
Crodegango