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Como se sabe, el obituario es el aviso de la muerte de una persona que se publica en los periódicos con recuadros de luto o se fija en distintos lugares públicos, indicando la fecha y el lugar del funeral, la ceremonia, etc. Es obvio que no lo escribe el que parte, sino sus cercanos.
El profesor despedido se defendió señalando que no quería asustar a los alumnos o hacerlos pensar que iban a morir, “sino para ayudarlos a comprender lo que es importante en sus vidas”.
Este hecho revela el drama del hombre contemporáneo frente a la muerte. No le gusta hablar ni oír del tema. En muchas personas esto causa verdadero pánico. Esta actitud es torpe, puesto que se trata de una realidad inevitable y que ha sido objeto de atención en todas las culturas, tal como se aprecia en la decoración de las tumbas, los ritos funerarios, la redacción de textos para lápidas, la apertura de libros de condolencias, los colores de la vestimenta etc.
Hace décadas algunos criticaban a la Iglesia Católica por desplegar una “Pastoral del Miedo”, al recordar en su catequesis que, junto a la existencia del cielo y del purgatorio, también está la posibilidad de ir al infierno. Hoy basta con asistir a cualquier funeral para presenciar auténticas “canonizaciones laicas”, en las que se advierte que de la supuesta “Pastoral del Miedo” ya no queda nada.
En la teología católica este tema se estudia dentro de la escatología, voz derivada del griego y que significa la doctrina sobre la consumación del proyecto amoroso de Dios para sus criaturas. Existe una escatología general (el fin de los tiempos). Y una escatología individual. Esta última explica lo que le sucede al hombre una vez que muere.
La Iglesia ha recordado siempre la realidad de la muerte de diversas formas. Tiene mucha importancia la Constitución “Benedictus Deus”, del 29 de enero de 1336, dada por el Papa Benedicto XII, en la que se explica la suerte del hombre después de la muerte. En este documento, entre otros aspectos, se lee algo que los críticos de la supuesta “Pastoral del Miedo” querían silenciar o que pasara al olvido. Efectivamente, allí se hace la siguiente declaración: “Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales, y que no obstante en el día del juicio todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno reciba lo propio de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal (2Co 5,10)”. (Denzinger 1002).
La doctrina sobre la escatología ha sido recordada en varias oportunidades. En un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1979, se lee: “1) La Iglesia cree en la resurrección de los muertos”. “2) La Iglesia entiende que la resurrección se refiere a todo el hombre: para los elegidos no es sino la extensión de la misma Resurrección de Cristo a los hombres”. “3) La Iglesia afirma la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo «yo» humano. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra «alma», consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición. Aunque ella no ignora que este término tiene en la Biblia diversas acepciones, opina, sin embargo, que no se da razón alguna válida para rechazarlo, y considera al mismo tiempo que un término verbal es absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos”. “7) “La Iglesia, en una línea de fidelidad al Nuevo Testamento y a la Tradición, cree en la felicidad de los justos que estarán un día con Cristo. Ella cree en el castigo eterno que espera al pecador, que será privado de la visión de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser. Cree, por último, para los elegidos en una eventual purificación, previa a la visión divina; del todo diversa, sin embargo, del castigo de los condenados. Esto es lo que entiende la Iglesia, cuando habla del infierno y del purgatorio” (Puntos 1, 2, 3 y 7, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, CDF, 17 de mayo de 1979).
Se puede estimar interesante el ejercicio literario propuesto por el profesor antes referido. Sin embargo, en vez de escribir cada uno su obituario, es mucho más fructífero hacer examen de conciencia acerca del destino al que nos llevará el hecho biológico de la muerte. Más que ejercitar la pluma en aviso mortuorio que informa nuestra partida, es mejor tomar conciencia que cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y que ha sido salvado por Jesús en la cruz. Para los cristianos no hay más que una vida, la que debemos vivir con Fe, Esperanza y Caridad. De lo anterior depende nuestro destino en el cielo, el purgatorio o el infierno.
Crodegango