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Como lo indica su párrafo inicial, “el esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor. Por esto el salmista exclama: «¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!» (Sal 4, 7)”.
Este documento no pierde vigencia alguna y su vigor doctrinal sigue incólume. En ella se nos invita expresamente “a reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas”. A partir del encuentro de Jesús con el Joven Rico, la Encíclica nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición para seguir a Dios, sin condiciones. Sintetiza esto el punto 25 de la Encíclica, cuando señala:
“25. El coloquio de Jesús con el joven rico continúa, en cierto sentido, en cada época de la historia; también hoy. La pregunta: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» brota en el corazón de todo hombre, y es siempre y sólo Cristo quien ofrece la respuesta plena y definitiva. El Maestro que enseña los mandamientos de Dios, que invita al seguimiento y da la gracia para una vida nueva, está siempre presente y operante en medio de nosotros, según su promesa: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Por esto, el Señor prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les «recordaría» y les haría comprender sus mandamientos (cf. Jn 14, 26), y, al mismo tiempo, sería el principio fontal de una vida nueva para el mundo (cf. Jn 3, 5-8; Rm 8, 1-13)”.
La pregunta por la verdad es más actual que nunca, especialmente cuando vemos que muchos no han recibido o les es indiferente al mensaje del Evangelio. Son numerosos los que pueden vivir toda su vida sin hacerse nunca una pregunta sobre el objetivo final de la existencia. Nadie los interpela con preguntas radicales y han llegado a estimar que es lo mismo creer o no creer.
La Encíclica nos recuerda verdades que actualmente aparecen como radicales, en medio del intento sistemático de varios por disolver la moral cristiana, cuando nos refresca que, “la Iglesia, al enseñar la existencia de actos intrínsecamente malos, acoge la doctrina de la sagrada Escritura. El apóstol Pablo afirma de modo categórico: «¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios» (1 Co 6, 9-10)”.
En un reciente libro publicado por el que fuera el secretario personal del Papa Benedicto XVI, Monseñor Georg Gansewein, revela que el Cardenal Ratzinger colaboró de una manera particular en la elaboración de este documento, por el que tenía un mayor aprecio (junto a las otras Encíclicas doctrinales: Evangelium Vitae (1995) y Fides et ratio (1998). Cuenta este eclesiástico que “el propósito de Juan Pablo II en la Veritais Splendor fue afrontar la crisis interna de la teología moral en la iglesia, reformulando su perspectiva positiva desde el centro de la fe en vez de proporcionar una lista de deberes, pero ampliando también la reflexión al debate ético de dimensiones globales que era en aquel tiempo una cuestión de vida o muerte para la humanidad” (Georg Gansewein, Nada más que la verdad. Mi vida al lado de Benedicto XVI, Madrid: Desclée, 2ª ed. 2023 p. 55). Al entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Doctrina de la Fe, le correspondió en 1993 presentar este documento, cuya actualidad es evidente.
¿Conozco esta Encíclica? ¿Estoy disponible para leerla y reflexionar sobre la verdad que significa encontrar a Dios en nuestras vidas?
Crodegango