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El origen y significado del Adviento está reconocido en la literatura cristiana de los primeros siglos. La traducción latina de la Vulgata de la Sagrada Escritura designa con adventus la venida del Hijo de Dios al Mundo, en su doble dimensión de advenimiento en la carne -encarnación- y advenimiento glorioso -parusía-.
El tiempo de Adviento comprende cuatro domingos. Comienza con las primeras vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre y termina con las primeras vísperas de Navidad. En lo litúrgico, en este tiempo no se recita el Gloria y los ornamentos son de color morado, aunque el tercer domingo, conocido como “Gaudete”, puede usarse según la tradición el color rosa.
Para nuestra vida interior hay varios los aspectos que podemos considerar para que en esta época la gracia de Dios aumente en nosotros.
Primero. Las lecturas de la Misa presentan una riqueza singular. Allí se recuerda a los justos del Antiguo Testamento, a Santa María, San José y Juan Bautista, siempre actitud de espera gozosa y esperanzada de nuestro Salvador. ¿Tengo yo la misma disposición hoy?
Segundo. Debemos considerar el inmenso amor del Padre, que nos ha enviado a su Hijo para salvarnos. ¿Vivo esto de manera radical?
Tercero. Es un período de penitencia, en el que debo remover todos los obstáculos que pongo a la gracia divina para llegar a santo.
Se podría decir que el Adviento es un período especial para los endeudados -que lo somos todos-, a los que se invita a pagar la deuda contraída por nuestros pecados mediante actos de penitencia.
Ayuda a entender nuestra condición de deudores y la forma como debo pagar a Dios las palabras de San Ambrosio de Milán (337-397):
“80. Por tanto, nos conviene creer que hay que hacer penitencia y alcanzar el perdón. Así esperaremos el perdón por la fe y no por la justicia. Pues una cosa es hacerse digno y otra arrogarse el derecho. La fe obtiene lo que desea como por un documento escrito; sin embargo, la presunción es más propia del arrogante que del que ruega. Paga primero lo que es debido, para que merezcas alcanzar lo que esperas. Compra el amor del buen deudor y no pidas prestado, sino amortiza con el patrimonio de tu fe el interés de la deuda contraída”.
“81. Muchos recursos tiene para pagar, tanto el que es deudor de Dios como el que lo es del hombre. El hombre exige dinero por dinero, lo cual no siempre está al alcance del deudor; Dios exige el amor que está en tu poder. Ninguno de los deudores de Dios es pobre, sino el que a sí mismo se hace pobre. Y aunque no tenga para vender, tiene para saldar. La oración, las lágrimas, los ayunos es la hacienda del buen deudor, mucho más ubérrima que si alguien sin fe diese dinero de su propio capital” (San Ambrosio de Milán, La penitencia).
Pidamos a Santa María que nos ayude a ser generosos con nuestros hermanos y buenos pagadores a nuestro buen Dios, que nos ha enviado a su Hijo para salvarnos.
Crodegango