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La expresión “arma” define el instrumento destinado a atacar o a defenderse.
Cuando nos hablan de este concepto pensamos inmediatamente en los instrumentos, medios o máquinas destinadas a atacar o a defenderse.
El desarrollo de las armas ha permitido un desarrollo tecnológico impresionante. La invención de la pólvora significó una diferencia sustantiva entre los que la tenían y los que debían padecer su utilización. El desarrollo de la energía atómica llevó a contar con bombas de un poder destructivo aterrador. El uso de armas químicas y biológicas ha significado auténticos desastres humanos.
El uso de las armas ha generado siempre debates desde el punto de vista moral. En muchos casos el uso de la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, que autoriza a repeler ataques incluso con el uso de las armas.
Los católicos, en cambio, contamos con un arma poderosa cuyo uso es siempre lícito y necesario: la oración.
En nuestro caso, se trata de un instrumento no convencional y de amplio poder. A diferencia de las armas que han sido fruto de la tecnología, la oración de los católicos se puede utilizar en todo momento para lograr efectos materiales y espirituales.
Cada católico cuenta con este instrumento que se pone en práctica cada vez que, con humildad, acude a los diferentes tipos de oración mental y vocal. Como lo describe San Juan Damasceno: “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24])”. A través de este diálogo, el hombre le pide a Dios, su Padre y Creador. La oración no es una lista de encargos que se deben satisfacer obligatoriamente. Es Dios el que sabe qué es lo que nos conviene.
Lo que sí está claro es que sin la oración no podemos hacer nada.
Como toda actividad humana, hay que aprender a orar.
Afortunadamente los católicos tenemos la ventaja insuperable si consideramos que el mismo Jesús -que es Dios- nos enseñó como hacerlo, al instruir con sus propios labios la forma de decir la oración más completa que existe: el Padre Nuestro.
El poder del Padre Nuestro como oración es realmente impresionante.
Entre otras manifestaciones, es conmovedora la historia de Tatiana Góricheva, una rusa que fue educada bajo las estrictas reglas del régimen comunista soviético, en una sociedad que se declaraba como oficialmente atea. Cuenta esta escritora que se sentía sola y triste en un mundo que no comprendía. No era la única. Algunos de sus amigos se habían incluso quitado la vida pero ella encontró un precioso salvavidas, la oración. Tatiana había nacido en Leningrado, en 1947, en la Rusia de Stalin. Su vida transcurrió como la de muchos otros jóvenes de su tiempo, poniendo en práctica lo que el inhumano comunismo les permitía y alentaba. Ella misma recordaba años después, cuáles eran los valores que le enseñaron en la escuela: “Solo se fomentaban las cualidades externas y ‘combativas’.
El descubrimiento del Padre Nuestro le cambió la vida a Tatiana. El solo hecho de rezar esta oración tuvo para ella un efecto purificador: se había convertido. El siguiente paso fue acercarse a la Iglesia para poder practicar la confesión y la Eucaristía. En sus palabras, “el cristianismo la había liberado”.
Su conversión le significó varias contradicciones. Tuvo que sortear las constantes amenazas del KGB de la época. Fue detenida en varias ocasiones e interrogada y llegó a perder su empleó como profesora. Fue amenazada de ser internada en una clínica psiquiátrica, entre otros actos de coacción. Sin embargo, para sobrellevar aquellas duras situaciones, se apoyaba en la oración.
Tatiana tenía veintiséis años cuando el Padrenuestro la salvó de una vida sin rumbo. A partir ese hecho ha dedicado su existencia a la defensa del cristianismo: Como lo señalaba en una entrevista: “He intentado convencer a mis amigas occidentales de que la Iglesia es lo más vivo que existe en el mundo, que es el cuerpo místico de Cristo”. Según su testimonio: “Solo la oración es capaz de oponerse al parasitismo de la moderna sociedad de consumo”.
Contrasta la vida de Tatiana con muchas de nuestras actitudes, que en algunos casos se han convertido en cotidianas y que revelan lo poco que creemos en la oración. Una muy evidente lo que acontece hoy ante la muerte, por ejemplo, cuando en los estadios o reuniones se pide hacer “un minuto de silencio”. Como lo exponía un sabio sacerdote: los minutos de silencio son propio de los ateos y de los que tienen el corazón seco: los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre Nuestro que está en los cielos.
Pidamos al Espíritu Santo que nos a ayude a mejorar nuestra oración mental y vocal que debemos hacer como hijos de Dios.
Autor: Crodegango