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Dentro de las actividades que realiza la Iglesia Católica, desde sus comienzos, una muy relevante ha sido la de asistir a los más necesitados. Esto se explica como una proyección de la caridad, que es algo diverso de la filantropía.
En una carta del año 124, Arístides de Atenas le escribía al emperador Adriano en la que le expresaba en que consistía la naciente actividad asistencial de la Iglesia, en los siguientes términos: “Cuando muere un pobre, si se enteran, contribuyen a sus funerales según los recursos que tengan: si vienen a saber que algunos son perseguidos o encarcelados o condenados por el nombre de Cristo, ponen en común sus limosnas y les envían aquello que necesitan, y si pueden, los liberan; si hay un esclavo o un pobre que deba ser socorrido, ayunan dos o tres días, y el alimento que han preparado para si se lo envían, estimando que él también tiene que gozar, habiendo sido como ellos llamados la dicha" (Apología, 17, Arístides de Atenas).
Varios años después, San Juan Crisóstomo (344-407) en una homilía exhortaba a sus feligreses con la siguiente interpelación que no pierde vigencia: “¿Tienes dinero? Pues no seas tardo en socorrer con él a los que lo necesitan. ¿Puedes defender los derechos de alguien? Pues no digas entonces que no tienes dinero… ¿Puedes ayudar con tu trabajo? Hazlo. ¿Eres médico? Cuida a los enfermos… ¿Puedes ayudar con tu consejo? Mejor todavía, ya que librará tu hermano no del hambre, sino del peligro de muerte… Si ves a un amigo dominado por la avaricia, compadécete de él, y si se ahoga apaga su fuego. ¿Qué no te hace caso? Haz lo que puedas, no seas perezoso". (Homilía sobre los Hechos de los Apóstoles, 5, San Juan Crisóstomo).
Se podría ampliar la lista de testimonios, incluyendo, por cierto, al diacono San Lorenzo († 258), que presentó a los pobres de Roma ante la autoridad, como el verdadero tesoro de la Iglesia cuando le pidieron mostrar las riquezas de la naciente institución.
En cuanto a la ayuda en tiempos modernos, es digno de destacar todo lo hecho durante la pandemia y por cierto, los centenares de comedores que funcionan en parroquias de escasos recursos, donde se da sustento a mucha gente necesitada y a nuestros hermanos migrantes.
Esta actividad de asistencia no ha cesado y durará hasta el final de los tiempos. Siempre aparecen nuevas manifestaciones de pobreza y exclusión social que afectan a nuestros hermanos y que debemos enfrentar movidos por la caridad.
Nuestra preocupación por los más necesitados debe llevar a no caer en las diferentes manifestaciones que tiene la indiferencia. No podemos estar al margen de las necesidades de nuestros hermanos necesitados. Muchos de ellos no han elegido esa vida miserable. Es nuestro deber ayudar de las diferentes formas que ya indicaban hace tantos siglos Arístides de Atenas o San Juan Crisóstomo.
Tenemos que asumir el compromiso y seguir manteniendo muy vivo uno de los elementos que ha impactado a muchos durante todo el tiempo que lleva el cristianismo entre los hombres: la actividad caritativa de la Iglesia Católica.
Pidamos a Santa María, que es protectora de los desvalidos, que no ayude a crecer en caridad.
Crodegango