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Hace algunas décadas era recurrente criticar a la Iglesia Católica, imputándole ser una institución generadora de miedo, especialmente, el recurso de aterrorizar a los fieles con irse al infierno. Muchos de los que alentaban esta campaña buscaban diluir o derechamente suprimir el concepto de pecado.
Desde el punto de vista psicológico, esta cruzada secularista buscaba liberar al sujeto de la “culpa católica”, para que pudiera lograr una vida plena y dar rienda suelta lo que sus instintos y deseos le sugirieran, en todos los planos de la vida.
El intento de construir una sociedad con bases morales y sociales liberadas del mensaje cristiano ha llevado la pérdida del sentido del pecado. Hay acciones que objetivamente son malas y que se presentan como si fueran buenas. Incluso algunas de ellas son reclamadas como derechos, sin reparar que ofenden a Dios. Nunca será un acto bondadoso eliminar a inocentes en el vientre materno mediante el aborto; no tiene base teológica reclamar el matrimonio igualitario sin aceptar el dato objetivo que Dios creó hombre y mujer; siempre será una maldad legalizar el consumo de la droga que corrompe al ser humano hasta degradarlo completamente; siempre serán incorrectos los actos sexuales entre personas del mismo sexo o que suponen un uso de este don de manera indigna a un ser humano.
La pérdida del sentido del pecado es lo que explica muchos fenómenos que estamos padeciendo cotidianamente.
Es un hecho que hay barrios que están sitiados por la delincuencia, donde los que mandan efectivamente son personas que viven “sin Dios ni ley”. Somos muchos los que hoy tenemos temor de los delincuentes, pero está claro que ellos no se atemorizan con nada. Esta claro que el temor al abismo de por vida nunca se lo han planteado y se dedican a que muchos vivan anticipadamente verdaderos infiernos en la tierra.
La pérdida del sentido del pecado explica que proliferen manifestaciones artísticas y culturales en las que promueven explicita e impúdicamente conductas inmorales, groserías, pornografía, narco cultura, etc. Y lo más grotesco es que la gente está dispuesta a pagar por asistir a espectáculos que los desgradan completamente o por consumirlos desde sus casas mediante el pago de una cuenta mensual.
La perdida del sentido del pecado ha llevado a que nazcan muchos niños sin el amparo de una familia con papá y mamá, quedando sin el afecto y la protección que se necesita para una correcta socialización.
La pérdida del sentido del pecado explica que muchos vivan con un afán excesivo de riquezas, sin asumir ningún compromiso social, como si no tuvieran prójimos a quien ayudar. Para lograr sus fines son capaces de poner en práctica mecanismos corruptos que les permitan extraer dinero estatal o privado, defraudar a muchos en negocios oscuros, no cumplir con obligaciones laborales o tributarias, etcétera.
La lista podría continuar, pero no es necesario, para no cansar con algo que estamos viendo en lo cotidiano.
El sentido de recordar esos ejemplos es para que advirtamos que las sociedades en las que se pierde el sentido del pecado afloran otros miedos. Ya no existe en muchos el temor escatológico de irse por sus propios actos a un lugar donde no verá nunca a Dios, que es fin último para el que fuimos creados. Lo paradójico en esto es que muchos de estos temores los generan los que fueron liberados de los miedos que se acusaba de alentar la Iglesia Católica, cuando, según algunos, se empeñaba con aterrorizar con irse al infierno en su condición de pecador.
Cualquier persona sin prejuicios y con una mínima formación sabe que el Mensaje de la Iglesia Católica es de esperanza, puesto que, como buena madre que es, debe advertir a sus hijos las consecuencias que tienen todos sus actos. Cuando hacía referencia a la realidad escatológica del infierno sólo se limita a transmitir una parte del mensaje de la Revelación divina.
Dicho de otra forma, cuando la Iglesia advierte que hay actuaciones que son pecado, por ofender a Dios, es una manera de recordar que debemos esforzarnos para cumplir el destino para el que fuimos creados, lo que supone una lucha seria contra el pecado individual o colectivo. Como lo dice un documento del Concilio Vaticano II, “el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado” (G et S).
Son incompletas todas las explicaciones que se intenten dar sobre el aumento de la delincuencia, de la pobreza, de la narco cultura, etc., cuando no tienen presente que las sociedades que el hombre construye sin Dios se vuelven contra el hombre (H. De Lubac).
Sigamos pidiendo a nuestro Señor Jesucristo no perder el sentido del pecado y la gracia para evangelizar con ocasión o sin ella.
Autor: Crodegango