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En los estudios demográficos tiene relevancia la tasa de nupcialidad (denominada también la tasa bruta de nupcialidad), que es el número de matrimonios por cada 1.000 del total de habitantes durante un año determinado. Según las estadísticas del INE, del año 2020, en Chile la tasa de nupcialidad se había mantenido fluctuante desde la década del 70 al 90, con cifras que iban desde un 8,8 por cada mil habitantes (cifra más alta alcanzada el año 1971), a 7,0 en los años 1976, 1977 y 1982 (INE, 2002:53). A partir del año 90, comienza a visualizarse una clara tendencia a la baja, que en su primera década es bastante abrupta, que va de 7,5 en 1990 a 4,4 por cada mil habitantes en el año 2000.
Para el año 2021 la tasa llegó a 2,71.
El cambio cultural que indican esos datos está a la vista. Hoy son muchos los que han optado por un “nuevo estilo de vida”, donde el compromiso matrimonial claramente no es valorado.
Desde el punto de vista económico, la baja tasa de nupcialidad podría explicarse por lo que acontece en otras latitudes, donde para ahorrarse los costos de los divorcios la gente prefiere no casarse. Efectivamente, nadie puede decir que hay una barrera de entrada en este tema, puesto que el valor del matrimonio en Chile en la oficina del Registro Civil y dentro del horario de trabajo, no tiene costo, sólo se debe pagar el valor de la libreta de matrimonio: $1.830. En cambio el divorcio oscila entre los $ 150.000 al $ 1.500.000.-
Dentro de este contexto nos corresponde a los cristianos asumir un compromiso más decidido para defender el valor del matrimonio y la familia, atendido que en esas realidades son queridas por Dios para la felicidad del hombre en su paso por la tierra. En ellas nos jugamos en gran medida el auténtico desarrollo de la convivencia humana.
En el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia se resume muy bien esta necesidad en el siguiente punto: “La familia, comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo único e insustituible al bien de la sociedad…” (Nº 213)
En nuestro afán apostólico para que muchos descubran el valor del matrimonio, como la institución natural prevista por Dios para fundar una familia, no podemos dejar de presentarla con sus rasgos esenciales que son un compromiso que se caracteriza por la estabilidad y su indisolubilidad. Como lo indica el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, “la falta de estos requisitos perjudica la relación de amor exclusiva y total, propia del vínculo matrimonial, trayendo consigo graves sufrimientos para los hijos e incluso efectos negativos para el tejido social”. “La estabilidad y la indisolubilidad de la unión matrimonial no deben quedar confiadas exclusivamente a la intención y al compromiso de los individuos: la responsabilidad en el cuidado y la promoción de la familia, como institución natural y fundamental, precisamente en consideración de sus aspectos vitales e irrenunciables, compete principalmente a toda la sociedad. La necesidad de conferir un carácter institucional al matrimonio, fundándolo sobre un acto público, social y jurídicamente reconocido, deriva de exigencias básicas de naturaleza social”. “La introducción del divorcio en las legislaciones civiles ha alimentado una visión relativista de la unión conyugal y se ha manifestado ampliamente como una «verdadera plaga social» (…)” (Nº 225).
El 17 de octubre de este año se cumplirán 20 años de la introducción de la ley de divorcio en Chile (Ley Nº 19.947, de 17 de mayo de 2004).
La prensa de la época recogió varias sentencias favorables de los personeros públicos, varias de ellas verdaderas odas a la frivolidad. Recordemos algunas: “Sin ánimo de exagerar, es un hito histórico que se reemplace una ley que en 2004 cumple 120 años de edad”; “Nunca más habrá mujeres peregrinando, reclamando visitas o alimento para sus hijos. Ahora habrá más justicia familiar”; “La ley resuelve el drama de las rupturas matrimoniales. Esta es una de las legislaciones más completas que hay en el mundo”.
No hay que tener profundos conocimientos jurídicos para advertir que ese cambio no logró una mejora de la situación de las familias en Chile, sino todo lo contrario.
A casi dos décadas de su implementación, sería honesto responder si la familia en Chile cumple verdaderamente su función como institución social.
Pidamos a Santa María, que es Reina de la Familia, que nos ayude evangelizar para que muchos constituyan familias cristianas, luminosas y alegres.
Crodegango