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Gracias al trabajo, la humanidad ha podido obtener su sustento y contribuir sistemáticamente al progreso cultural y moral de la sociedad en la que vive.
Como dice el Concilio Vaticano II: «Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo». (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 34: AAS 58 (1966), p. 1052 s).
El trabajo humano es una actividad santificable, que nos permite transformar el mundo, para una mayor gloria de Dios. Cuando un cristiano labora con la conciencia de querer santificarse, lo hace para agradar a Dios, amando a su prójimo en lo que está ejecutando.
Ahora, para que un cristiano pueda santificar su trabajo debe poner el empeño en “trabajar bien”. Esto implica poner todo nuestro potencial para que la actividad que desempeñemos, cualquiera que sea y que no ofenda a Dios, se ejecute de la manera más perfecta que podamos.
El trabajo bien hecho supone vivir un conjunto de virtudes como la puntualidad, la honradez, la laboriosidad, el compañerismo, la lealtad.
Se equivocan las ideologías que ven el trabajo desde una perspectiva solamente material. En el caso del comunismo, al fomentar la lucha de clases y querer explicar esta actividad como una dicotomía insalvable entre trabajo y capital, no solo no logró transformar el mundo, sino que en todas aquellas sociedades donde se ha puesto en marcha esta visión, todos terminaron empobrecidos. También la visión del liberalismo economicista es equivocada. El trabajo no es una mercancía que una persona vende a otra y que es fijada por la curva de la oferta y la demanda. Detrás de cada trabajador hay un ser humano, al que se le debe respetar su dignidad, procurando siempre la mejora de sus condiciones básicas para él y su familia.
En el plano individual, el incumplimiento de nuestros deberes laborales es grave, puesto que no estamos cumpliendo con el designio de Dios, que espera de nuestra actividad frutos de santificación.
Debería llamarnos que Chile figura entre los países menos productivos. Esto significa que estamos muchas horas en el trabajo, pero nuestros resultados no son eficientes.
El tema obliga a hacer un examen, para descubrir si efectivamente estoy trabajando bien. Puede ser explicación de este fenómeno la actitud de “sacar la vuelta” permanentemente, dedicando mi tiempo de trabajo a actividades personales o de recreación (navegar en internet, leer el diario, prolongar el café, llegar a desayunar al trabajo, hablar prolongadamente por teléfono, etc.). El abuso de licencias falsas y otras formas de incumplimiento revela una falta de ética laboral, que no se puede validar por el “todos lo hacen”. Un cristiano justamente está llamado a ser ejemplo de laboriosidad para los otros.
Desde el punto de vista empresarial, no ayuda a que las personas trabajen bien el abuso de poder, la imposición de cargas que vulneran los derechos laborales, las remuneraciones miserables cuando se podría pagar mejor, las malas condiciones materiales de los lugares de trabajo, entre otras.
Tenemos hace un tiempo instalado un tema de ética laboral, que claramente es un desafío colectivo. En este sentido es digno de aplauso la afirmación de un joven pensador chileno cuando en un ensayo reciente afirma: “A veces, el acto más revolucionario es que el municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente. No basta con el ímpetu que permite ganar las elecciones” (Titelman, N. La nueva izquierda chilena, Santiago: Ariel, 2023, p. 171). Efectivamente, sería una gran revolución que todos nos propongamos como meta individual y colectiva “trabajar bien”.
Pidamos a San José Obrero que nos ayude a mejorar de manera individual y colectiva contra toda forma de negligencia y flojera que no permita trabajar como Dios quiere.
Autor: Crodegango