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Ha surgido en la opinión pública un interesante debate sobre la formación humanista. El tema es relevante puesto que, en ese concepto, se entrecruzan aspectos esenciales de las diversas cosmovisiones que conviven en nuestra sociedad.
Existe una gran diferencia entre el humanismo cristiano y los otros tipos de humanismos que se disputan el espacio cultural. No es admisible en este punto que nos pasen gato por liebre.
La principal diferencia entre los humanismos radica en la forma como conciben a Dios y la creación. No es lo mismo tomar como punto de partida para explicar nuestra vida asumir que somos seres humanos, creados por Dios a su imagen y semejanza, que negar ese dato. El humanismo cristiano se caracteriza por reconocer que somos hijos de Dios, al que todo le debemos dentro de una relación de filiación divina que comienza en el bautismo.
En el plano social, el humanismo cristiano es equidistante del individualismo que alientan las diversas formas de liberalismo economicista y también de los colectivismos de base comunista o socialista. Esto se aprecia en la concepción de los derechos humanos, que son distintas según estén inspiradas en el cristianismo o en el marxismo, la ideología de género, entre otras tantas posibilidades existentes.
El humanismo cristiano tiene entre sus fines primordiales educar al hombre en la virtud de la justicia con Dios y con los hombres. Como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4, 1)”. (CIC 1807).
La virtud de la religión es una piedra angular en la vida de todo hombre. Cuando nos falta esta base se provoca un desorden que nos priva de poder vivir correctamente la justicia. Efectivamente, si no somos justos para con nuestro Creador, al que todo le debemos, no se puede esperar que lo seamos con los hombres.
La falta de una justicia para con Dios es lo que promueven muchos humanismos ateos. Ello se refleja en varias de las soluciones que proponen para los problemas humanos, que son injustas puesto que tratan de justificar conductas intemperantes, violentas, hedonistas, en síntesis, profundamente inhumanas. No olvidemos que la primera forma de inhumanidad es tener lo injusto por bueno.
La falta de una educación en los valores del humanismo cristiano es lo que explica que hoy muchos están disponibles para defender como derechos el exterminio de miembros de la familia humana a través del aborto o la eutanasia, o para postular formas de familia diversas a las que el designio de Dios ha previsto al crear hombre y mujer.
Los católicos tenemos el legítimo derecho a promover que se enseñe el humanismo cristiano como base de nuestra cultura, puesto que ello asegura la práctica del bien en nuestra sociedad.
Es errado y propio de acomplejados equiparar el humanismo cristiano con otras cosmovisiones que intentan explicar al hombre contemporáneo. Muchas de estas propuestas son formas de anti-humanismo, que sólo buscan profundizar en el pecado, que sabemos es lo que aleja al hombre del único bien, que es Dios.
Autor: Crodegango