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Ha surgido un debate sobre el significado del “perro matapacos”, símbolo del “estallido social” ocurrido a partir de octubre de 2019. Este perro negro, con un pañuelo rojo al cuello, era paseado en las protestas y se convirtió en un ícono de lucha contra la fuerza policial, de ahí su odiosa denominación.
El culto a este animal simbólico llevó a que, en el segundo aniversario del inicio del “estallido social”, un grupo lo instalara en el mismo pedestal que antes ocupaba general Manuel Baquedano, ganador de la Guerra del pacífico.
Toda esta disputa sirve para recordar la relevancia que tienen los símbolos en una cultura, al entregar elementos que ayudan a entender la realidad, incluida por cierto la espiritual. Se podría decir, dime cuál es tu símbolo de admiración y te diré en lo que crees. Dime que “pin” usas en la solapa o que calcomanía pegas en tu computador y sabremos cuáles son tus ideales.
Veamos algunos ejemplos para entender lo que significa exteriorizar un símbolo.
La esvástica. Es una figura que aparece utilizada en varias religiones orientales. En la cultura occidental fue el partido de Hitler quien la popularizó al incorporarla a la simbología del régimen nazi, para evocar la identidad aria del pueblo alemán. De ese modo, se convertiría en un icono de propaganda en las banderas, brazaletes y en todos los distintivos de ese totalitarismo. Hoy su utilización está prohibida en Alemania, salvo en los museos, puesto que representa una ideología racista e inhumana.
El puño cerrado. Se trata de una forma de saludo que utilizan simbólicamente los miembros y simpatizantes de los partidos socialistas y comunistas, a nivel mundial. A través de ese gesto, entre otras explicaciones, intentan demostrar resistencia y orgullo de su militancia.
La lista podría ser larga, pero lo que aquí interesa es recordar que los cristianos también tenemos un símbolo: la Cruz de Cristo.
Antes de la muerte de Jesucristo, la cruz era un instrumento para aplicar una pena capital a los peores delincuentes. Sin embargo, su utilización durante la Pascua Judía, en la que se levantaron tres cruces fuera de Jerusalén, llevó a que ese medio punitivo se convirtiera en un distintivo de los seguidores de Jesucristo, dando lugar a profundas explicaciones de la “Teología de la Cruz”, a nombres de religiosos (San Juan de la Cruz, Teresa Benedicta de los Cruz), etcétera.
Han transcurrido veinte siglos y la Cruz sigue siendo un símbolo del cristianismo, plenamente vigente con el que se identifican a millones de personas.
Sería bueno examinar, si somos conscientes de lo que significa para nuestra fe este símbolo. Podría estar ocurriendo que por un descuido o por tibieza ya no diga nada para nuestra vida interior.
La Cruz de Cristo nos recuerda que estamos invitados a vivir la vida humana con el sentido más profundo y completo que se puede lograr. No hay ninguna experiencia humana que se le pueda comparar.
Es una realidad que el mundo actualmente ofrece al hombre muchas formas de esquivar el sufrimiento, y en muchos casos ello es positivo, como acontece con tratamientos médicos, terapias sicológicas, logros de bienestar material, etcétera. Sin embargo, como lo explica el Papa Benedicto XVI, “el hombre que no se enfrenta con el sufrimiento se niega a vivir la vida. Huir del sufrimiento es huir de la vida” (Benedicto XVI, Obras Completas, t. X, p- 95).
En la misma orientación, el Catecismo señala: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas (…). (“2015 CIC).
Los cristianos, que quieren identificarse cada vez más con Jesús, asumen el dolor de la Cruz con fe y esperanza, para crecer así en la caridad.
Existe un contraste profundo entre los cristianos y la admiración que algunos reconocen profesar por el “perro m…”. Ese animal solo evoca opciones por caminos de odio y de resentimiento que son incompatibles con nuestra fe. Como ya lo advertía Gregorio Nacianceno (329-390), “cuando el hombre no adora a Dios, puede terminar por adorar al sol; a la luna; al gran número de estrellas; al cielo juntamente con los astros; a los elementos tierra, agua, aire, fuego; a los objetos bellos que puede encontrar el hombre (estatuas, imágenes); a las pasiones (incluyendo prácticas completamente vergonzosas como delirios y sacrificios humanos)”.
Acudamos a María, para que medie ante su Hijo y nos de la gracia para cargar la Cruz.
Autor: Crodegango