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Distintas confesiones religiosas acaban de publicar una declaración para que el Ministerio de Justicia rechace la petición formulada por una organización satanista, que busca obtener el reconocimiento jurídico como entidad o confesión religiosa por parte del Estado de Chile.
Conforme a la regulación vigente, “para los efectos de esta ley, se entiende por iglesias, confesiones o instituciones religiosas a las entidades integradas por personas naturales que profesen una determinada fe”.
Esta petición, en un mudo de incrédulos, a muchos les parecerá algo banal, fuera de época, absurda, algo sin relevancia. En la actualidad, la existencia del diablo no forma parte recurrente de las explicaciones de la teología católica ni de nuestras conversaciones cotidianas.
No debemos olvidar que la fe enseña que el diablo es un ángel caído que ha optado por no servir a Dios. Su negación lo ha llevado a que su objetivo sea conseguir que los hombres nieguen a Dios a través de las diversas formas que conoce el pecado. Como lo explica el Catecismo: “Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali (“El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”) (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800). (CIC 391).
No tiene base teológica y constituye un evidente error negar la existencia del diablo y su influencia en el mundo. Muchas manifestaciones del mal que hoy apreciamos en nuestra sociedad son el resultado de la influencia del maligno en la vida de muchos que viven para ejecutar pecados, que deliberadamente ofenden a Dios. Por lo mismo, la concesión de personalidad jurídica para incluir como “iglesia” a una que rinde culto a Satán es algo muy serio, que debe preocuparnos profundamente y rezar, para que ello no ocurra.
Adorar a satán no es lo mismo que cultivar creencias orientales, practicar el ocultismo, pseudoterapias energéticas o psicológicas, doctrinas ecologistas o filosofías materialistas ateas que abundan en nuestra época.
La seriedad de esto, se advierte en oraciones que la Iglesia Católica considera para que sus fieles estén siempre atentos, como la siguiente: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sed nuestro amparo contra la maldad y acechanzas del demonio. “Reprímale Dios”, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. S.: Amen”.
La posibilidad de que el diablo cuente con la ayuda del Estado y tenga “su iglesia” nos recuerda con más fuerza lo que nos advierte la Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses: “3 Que nadie los engañe de ninguna manera. Porque antes tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío, el Ser condenado a la perdición”.
En el Catecismo de la Iglesia Católica se explica esto señalando que, “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22). (CIC 675).
Pidamos a Santa María su protección para que nos aleje siempre del maligno y no desviemos el camino al encuentro personal con Jesucristo, Nuestro Señor.
Autor: Crodegango