"Unidos en Cristo para Evangelizar"
07 de Agosto de 2024
La pobreza de espíritu
 


Tener alma de pobre es estar dispuesto a renunciar a la mirada de los demás, porque es Dios quien siempre nos ve. Y lo más interesante de todo esto es que así se fortalece la confianza en Dios, la fe

 

Hablaremos de la pobreza, pero no de la pobreza material, sino de la pobreza de corazón, o también conocida como pobreza de espíritu. ¿Dónde habla Jesús de este tema? En varios lugares del Nuevo Testamento, pero en especial en el discurso de las bienaventuranzas.

En San Lucas dirá a la multitud como primera bienaventuranza: - “Bienaventurado los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios” (Lc 6,20). Y luego ofrece otras tres bienaventuranzas. En San Mateo iniciará también con la bienaventuranza sobre la pobreza: . “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos” (Mc, 5,3). Y luego entrega las ocho siguientes.

En estos dos discursos hay algo que llama la atención: tanto en San Lucas como en San Mateo la recompensa de la primera bienaventuranza está en tiempo presente. En San Lucas dice: “porque vuestro es el Reino de Dios”. En San Mateo dice: “porque suyo es el Reino de los cielos”. En las otras tres de San Lucas se habla del futuro: los que padecéis hambres seréis hartos; los que lloráis, reiréis. En las otras ocho de Marcos igual: poseerán la tierra; serán consolados; serán hartos; alcanzarán misericordia; verán a Dios; serán llamados hijos de Dios; etcétera. Esto es importante porque preanuncia que vivir la pobreza de espíritu se recompensa en el presente. Es una bienaventuranza que nos dice que podemos ser felices aquí y ahora.

Por otra parte, la pobreza de la que habla Jesús está menos ligada a un estado económico que a un estado de ánimo, a una disposición interior más que exterior. Por eso, en San Mateo está mejor expresado, incluso tomando otra traducción, como, por ejemplo, la francesa del canónigo E. Osty en su Le Nouveau Testament que dice: “Dichosos los que tienen alma de pobre”. Ese personaje –que somos tú y yo– con alma de pobre no está absorbido por las preocupaciones del dinero y, por tanto, resulta ser más accesible a las realidades espirituales: como carece de intereses personales (económicos) se pone fácilmente al servicio del bien común. Sin embargo, esto es harto difícil. La avaricia puede manifestarse tanto en pobres como en ricos. Un pobre en pugna con problemas materiales puede consentir a la amargura y envidiar el bien ajeno; esta codicia le convierte en esclavo del dinero y aunque en realidad sea pobre, su corazón ya no es libre de elevarse a Dios y de consagrarse a su servicio: no tiene alma de pobre. Por eso hay pobres ricos y ricos pobres: ambos desprendidos de lo material.

Los “pobres” de quienes habla Jesús recibían en esos tiempos el nombre de “anawin”: desprovistos de honores y ventajas terrenales, juguetes y víctimas del capricho de los poderosos. Los “anawin” de aquellas épocas no tenían otra esperanza que la misericordia del Señor. En el lenguaje bíblico el primitivo sentido de la palabra “anaw” se amplió para designar conjuntamente al hombre “POBRE”, “HUMILDE” y “CONFIADO EN DIOS”.

El Antiguo testamento lo atestigua en varias ocasiones. Un oráculo de Isaías expresa: “Dios juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra” (Isaías 11:4-9). Luego Amós dirá: “Escuchad esto los que aplastáis al pobre y querríais exterminar de la tierra a los infelices” (Amós 8: 4).

Los “anawin” son también los piadosos, como dice este salmo 86:

Inclina, Yahvé, tus oídos y óyeme,
Porque estoy afligido y soy menesteroso.
Guarda mi alma, pues que soy tu devoto;
Salva, mi Dios, a tu siervo, que en Ti confía.

Entonces, tú y yo somos “anawin” o procuramos ser “anawin”, personas con alma de pobre, mujeres y hombres con almas que confían plenamente en Dios e intentan tener rectitud de intensión en todo lo que hacen. Porque todo lo hacen por amor a Dios y a los demás.

¿Qué tengo que hacer para tener esa alma de pobre?

Confiar en Dios. Estar seguro que todo lo que hago Dios lo mira, y, por tanto, no nos interesan los juicios de los hombres. Confiar en Dios es una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador, que desea llenarse de amor de Dios y dar luego a todos de ese mismo amor. 

Nuestra alma de pobre se fundamenta en tener rectitud de intención. Lo que hago ¿lo hago cara a Dios, por los demás, o lo hago para que me vean y me lo agradezcan? Esto es importante porque hace la gran diferencia. Tener alma de pobre requiere no esperar, por ejemplo, reconocimiento del empleador. Esperar siempre reconocimiento o gratitud de otro es no tener alma de pobre. No se tiene alma de pobre cuando no aceptamos que lo que está pasando en un determinado momento es así y no como yo lo esperaba o como yo lo quería. No tenemos alma de pobre cuando nos quedamos pegados y obsesionados al error que hemos cometido o al error que otro ha cometido, por muy grave que haya sido. Vivir con alma de pobre es vivir sin importarnos los resultados, porque lo único que importa, al final, en ganarse el Cielo.

Vivir con alma de pobre es intentar vivir aquel lema que se repetía a sí mismo San Josemaría Escrivá de Balaguer: “ocultarse y desaparecer es lo mío”, quien cerraba este concluyendo: “que sólo Jesús se luzca” (1). Es ayudar a los demás sin que se enteren que los estamos ayudando. “Ocultarse y desaparecer” requiere lucha porque nuestra tendencia natural es querer ser “vistos” por los otros. Queremos que nos miren, que nos reconozcan… Eso, de hecho, da seguridad, eleva la autoestima. Es un instinto de supervivencia. Sin embargo, el Evangelio nos invita a contrariar ese instinto, a dificultar ese querer ser mirados y reconocidos por los otros. El Evangelio y la vida de Jesús nos invita siempre a renunciar a la mirada, renunciar a llamar la atención. Hay que buscar hacer proactivamente no llamar la atención. Muchas cosas en nuestras casas y familias se han hecho así. Solo hay que recordar el trabajo silencioso y de tantos años que han realizado, por ejemplo, las nanas, las madres y las abuelas.

La verdadera recompensa del alma de pobre

En el capítulo 6, versículos 1 al 4 y 17 al 18 de San Mateo, Jesús da un discurso en el que ofrece lo que le pasará a quien actúe con alma de pobre. Dirá: - “guardaos bien de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que los vean” (…) Y más adelante: - “cuando des limosna no lo vayas pregonando (…) “Tú por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en oculto; de este modo, concluirá, tu Padre que ve en lo oculto, te recompensará”. Y luego: - “cuando ayunéis, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, vuelve a concluir, te recompensará”. También en el capítulo 6, versículo 35 de San Lucas, Jesús hace la misma exhortación, justamente después del sermón de las bienaventuranzas: - “amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos”.

La frase “tu Padre que ve en lo oculto, te recompensará”, similar en ambos discursos, muestra claramente que Dios siempre nos está viendo en todo lo que hacemos, especialmente en aquello que hacemos con amor y rectitud de intención sin esperar agradecimiento de nadie. El campo de aplicación es infinito. Me atrevo a ofrecer la siguiente lista de acciones que, realizadas así, con amor y sin ruido, son recompensadas por Dios:

  • Lavar la vajilla
  • Servir la mesa
  • Hacer la cama
  • Limpiar el baño pensando en el siguiente usuario de la familia
  • Hacer favores sin esperar que nos lo agradezcan
  • Contestar mensajes de correo o WhatsApp con cariño (aunque sean muchos)
  • Esperar con paciencia y con una sonrisa
  • Aguantar al pesado con una sonrisa sincera y paciente
  • No hacer comentarios pesados al otro, como para burlarnos de él o ella
  • Hacer las cosas por amor: cuando cuelgo un cuadro, cuando sirvo el té, cuando doy un abrazo, cuando hago una llamada a la mamá, cuando acompaño un enfermo o un anciano que siempre repite lo mismo porque tiene problemas de memoria.

Tener alma de pobre es estar dispuesto a renunciar a la mirada de los demás, porque es Dios quien siempre nos ve. Y lo más interesante de todo esto es que así se fortalece la confianza en Dios, la fe. Quien tiene alma de pobre, y se oculta y desaparece, aumenta su fe. Pero, además, no le importa el juicio de los hombres, como decíamos más atrás. Los santos han sabido renunciar al juicio de los hombres porque su confianza estaba totalmente puesta en Dios. Eran perfectas almas de pobre, “anawin”.

Me atrevo a decir, con un poco de ironía e imaginación, que cuando muchos lleguen al Cielo tendrán un gran susto, porque al entrar verán al pie de la Santísima Trinidad, no a Messi, ni a Pelé, ni a ningún presidente o rey o emperador importante de la historia, ni a artistas de Hollywood o de la farándula, aunque todos ellos podrán entrar al Cielo porque no podemos juzgar sus intenciones y solo Dios las conoce y solo Él las juzga. Pero siguiendo con el cuadro irónico que estoy intentando trazar, pienso que, en primerísimo lugar, al pie de Dios, como decía, verán a aquella sencilla enfermera que con amor limpió las úlceras del enfermo, aquel cocinero que lavó con amor los utensilios de la cocina, aquel otro que cargó con amor a su guagua cuando lloraba o aquel que siempre preguntó con amor por la salud de todos en la familia o aquel otro que hizo con amor un pequeño favor, con amor limpió los vidrios, con amor le hizo la mantención al auto para que durara muchos años. Esos son los que estarán allí, felices y plenamente recompensadosEso es tener alma de pobre y ser feliz aquí y luego felicísimo en el Cielo, tal cual lo dijo Jesús: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos.

(1) P. Urbano, El hombre de Villa Tevere (Plaza & Janés, Barcelona 1995), p. 346

 

Autor: Nepomuceno

 






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