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Las noticias recientes invitan a reflexionar sobre lo que se describe, genéricamente, como abusos sexuales.
En todas las culturas la sexualidad ha tenido un papel relevante en la construcción de lo auténticamente humano, naturalmente, cuando ello se contempla adecuadamente y no se fomentan propuestas que terminan por desintegrar a las personas, a la familia y afectar al conjunto de la sociedad.
De acuerdo con las cifras de la Subsecretaría de la Prevención del Delito, de los casos denunciados en el ámbito de delitos sexuales durante el año 2022, en el 89,3% de los casos las víctimas son mujeres. De ellos, el 27,7% corresponde a jóvenes entre 18 y 29 años y el 19% de los casos corresponde a adolescentes entre 14 y 17 años. En el caso de los victimarios el 95,2% de los perpetradores, corresponde al sexo masculino. De ellos, el 64,5% se encuentran entre los tramos de 30 a 64 años.
Es un hecho que en la oferta cultural, existen actualmente diversas concepciones de la sexualidad. Hay algunas de inspiración individualista, que dejan esta materia a la mera elección individual. Para esta visión, la sexualidad se agota en enseñar a manejar la autonomía de cada ser humano, en un contexto de libertad que se proclama como ilimitada.
En el caso del cristianismo, su mensaje revolucionario invita a no perder de vista que el hombre es cuerpo y alma y que el sexo en un don del creador respecto del cual tendremos que rendir cuenta. Por lo mismo, si no consideramos lo que Dios quiere en esta materia, tarde o temprano terminaremos mal, puesto que lejos de Dios sólo hay oscuridad y muerte.
Lamentablemente, estamos inmersos en una batalla cultural en la que se promueve para muchos, una educación sexual que fomenta la búsqueda del placer, de la lujuria, mediante propuestas atrevidas, escandalosas, resbaladizas o derechamente pornográficas. Todavía más grave es que lo anterior está afectando a muchos jóvenes, a los que se les incentiva a una temprana iniciación en materia sexual, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones que terminan por dañar su frágil naturaleza humana, fomentando los pecados contra la castidad, en vez de ayudar a que logren una adecuada y correcta comprensión de la sexualidad.
Toda educación sexual bien encaminada debe partir de la fragilidad de la naturaleza humana, pero no para alentar la animalidad, sino todo lo contrario, para que cada uno tome conciencia que Dios tiene previsto los medios para ayudarnos a que integremos correctamente la sexualidad en nuestra vida. Dios sabe que existe una debilidad en nuestra voluntad, que está siempre expuesta a las ocasiones, pero que por los medios de la gracia divina se pueden vencer. Son muy humanas las palabras de la Carta de San Pablo a los Romanos, cuando les enseñaba: “Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom 7,22-23).
Con mucha humildad tenemos que aceptar que en la naturaleza humana quedan los efectos del pecado original particularmente, la debilidad de la voluntad y las tendencias desordenadas. Pero como para Dios no hay nada imposible, si se ponen los medios se puede triunfar, puesto que quiere que todos los hombres se salven.
En una sociedad tan erotizada como la nuestra esta lucha se hace cada vez más difícil. Lamentablemente, se está haciendo realidad la advertencia que el Papa León XIII hacía en una Encíclica, en la que señalaba que sin una recta formación religiosa y moral, «todo cultivo del espíritu será malsano: los jóvenes, no acostumbrados al respeto de Dios, no soportarán norma alguna de vida virtuosa y, habituados a no negar nada a sus deseos, fácilmente se dejarán arrastrar por los movimientos perturbadores del Estado» (León XIII, Enc. Nobilissima Gallorum gens, 4, 8 de febrero de 1884: ASS 16 (1883-1884) 242).
Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para recibir la gracia que necesitamos para luchar siempre por nuestra castidad.
Autor: Crodegango