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Por distintas razones podemos caer en la mediocridad, esto es, que no le demos a algo el valor que tiene y lo convirtamos en un asunto vulgar, corriente, sin relevancia.
Lo anterior puede acontecer perfectamente con la liturgia de la Iglesia Católica, situación que ha sido advertida muchas veces en la historia.
En una Encíclica del Papa Pío XII, dada en 1947, Sobre la Sagrada Liturgia, se lee: “19. (…) el hombre se vuelve ordenadamente a Dios cuando reconoce su majestad suprema y su magisterio sumo, cuando acepta con sumisión las verdades divinamente reveladas, cuando observa religiosamente sus leyes, cuando hace converger hacia Él toda su actividad, cuando —para decirlo en breve— da, mediante la virtud de la religión, el debido culto al único y verdadero Dios”. Luego, agrega el mismo documento: “38. No tienen, pues, noción exacta de la sagrada liturgia los que la consideran como una parte sólo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la jerarquía eclesiástica ordena el cumplimiento de los ritos”. “39. Quede, por consiguiente, bien claro para todos que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se eleva a la consecución de la perfección en la vida, y que el culto tributado a Dios por la Iglesia en unión con su Cabeza divina tiene la máxima eficacia de santificación”.
Tenemos que esforzarnos por entender el sentido profundo de las ceremonias religiosas que forman parte de la liturgia. Como lo indica el Catecismo, “en la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la creación y de la salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial” (CIC 1110).
En los actos litúrgicos es importante participar respetando su orden, el decoro y la dignidad debida a lo que allí se está realmente aconteciendo: se adora a Dios.
Todo esto se proyecta al cumplimiento de los horarios, la vestimenta y el recogimiento que nos exige la grandeza de estar frente a Dios.
No son precisamente señales de recta comprensión llegar tarde a Misa, ir vestido inadecuadamente, entrar con la mascota, ponerme a consultar el celular o chatear, conversar durante la ceremonia, por indicar algunas conductas que revelan que no soy consciente de estar en una acción sagrada, en la que el sacerdote, unido a la comunidad de sus feligreses, está rindiendo al Señor el debido culto o administrando uno de sus sacramentos.
Una evidente forma de falta de comprensión de la liturgia es la inasistencia a la Misa dominical o en los días de precepto.
Seguramente los más jóvenes no saben que uno de los hitos más relevantes en la historia contemporánea de la Iglesia Católica fue la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, convocado por el Papa San Juan XXIII (1958-1963). Particular atención se puso en la celebración de la Santa Misa, la que debe ser el centro y raíz de la vida cristiana. Como lo puntualiza uno de los documentos del Concilio, la Constitución “Sacrosantum Concilium”: “48. Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”.
Pidamos a Santa María, gracias especiales para vivir de mejor forma la liturgia, que siempre es un encuentro con Dios, Uno y Trino.
Autor: Crodegango.