"Unidos en Cristo para Evangelizar"
03 de Octubre de 2024
Cómo abordar la crisis de seguridad
 


Al debilitamiento de la familia se suma un sistema educativo que no educa, y que es otra de las varias causas que explica lo que estamos viviendo.

Es indiscutido que nos encontramos en una aguda crisis de seguridad pública.

A la fecha se han cometido más de 612 homicidios, en lo que va transcurrido de este año. Se está haciendo frecuente que en los tiroteos y hechos de violencia se enfrenten jóvenes, en muchos casos con resultados fatales.

Es un hecho que muchos jóvenes están siendo enrolados en la industria del delito, cuyo crecimiento está en alza. La facilidad con la que se engancha a los jóvenes se explica por el debilitamiento de la familia en Chile. La falta de una socialización adecuada, cuyo rol insustituible le corresponde a la familia, explica que muchos jóvenes se estén encaminando hacia el mal.

A lo anterior se suma un deficiente sistema educativo, que al promover una visión materialista de la vida, termina con muchos jóvenes sin un proyecto vital orientado al bien común, o si lo tienen, que sea cortoplacista y se encamine sólo a satisfacer deseos hedonistas, como si el placer fuese lo único por obtener en la vida.

Este panorama era el que estaban esperando los líderes del crimen organizado: contar con juventud desencantada.

Aunque la historia no se repite, a veces conviene considerar hechos pasados, para entender el presente. En tal sentido, esto no es muy diferente a lo ocurrido en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Al finalizar el conflicto bélico quedaron millones de huérfanos sumidos en la pobreza y sin arraigo familiar. Ello fue aprovechado por Hitler y sus secuaces, que tuvieron siempre especial interés reclutar jóvenes para su causa. Los nazis, ayer, como hoy lo hacen los narcotraficantes y lideres del crimen organizado, coinciden en el objetivo de enganchar tempranamente a los jóvenes que están a la deriva para sumarlos a sus ilícitas actividades.

Al debilitamiento de la familia se suma un sistema educativo que no educa, y que es otra de las varias causas que explica lo que estamos viviendo.

Algo está pasando en la transmisión de los valores que muchos jóvenes han sido atrapados por un egoísmo paralizante y no están disponibles, por ejemplo, para estudiar carreras de evidente entrega al otro. Efectivamente, hay una tendencia sistemática a la baja en las matrículas de las carreras de pedagogía. Aunque las razones que lo explican son variadas, el hecho existe y no se puede soslayar, puesto que sin buenos educadores será más difícil salir del problema en que estamos metidos.

En este escenario, que claramente invita al pesimismo, los católicos tenemos que poner la semilla de la esperanza, para ser fieles a lo que Jesús nos ha encomendado transmitir. Nuestra experiencia, acumulada en más de dos mil años, es vital para sacar a Chile de la crisis de hoy. El cristianismo tiene, por don divino, un germen de renovación que ha permitido restaurar muchas veces lo que se cree perdido.

La primera receta por ejecutar, en todos los planos en que cada uno lo pueda hacer, es ayudar a recuperar la razón y el amor a la verdad. Muchos de los males que nos aquejan son justamente fruto del extravío de la razón y de la ceguera ante la verdad.

Lo anterior hace imprescindible que luchemos legítimamente por recuperar el liderazgo ético que tiene el cristianismo, atendido que la mayor parte de los problemas a enfrentar con decisión requieren de la adopción de decisiones morales que en muchos casos son difíciles de ejecutar. A diferencia de otros planteamientos, la moral cristiana supera el plano en que se mueven las ideologías, que normalmente son visiones parciales y reduccionistas. Los objetivos morales del cristianismo contrastan con muchas de las propuestas que nos han llevado a esta crisis social, atendido que lograron hacer desparecer o hacer muy tenue la regla que obliga siempre a diferenciar entre el bien y el mal para actuar en la sociedad.

Hemos caídos en esto porque se ha facilitado proponer en el campo político y social como valores morales verdaderos “contravalores”; estamos en esto porque se ha fomentado el desprecio por el cumplimiento de las reglas, para llegar a un estado de permisivismo sin límite, que nos tiene sitiados en nuestros hogares esperando ser asaltados o baleados.

Nos debe ayudar a concretar nuestra pautas de actuación las palabras de San Juan Pablo II, cuando al visitar Colombia en 1985, señalaba:

“En efecto, a una sociedad secularista responde con una profunda experiencia de Dios, revelado en Cristo y por amor hecho inspiración en el servicio a los más necesitados.

 A una sociedad egoísta y consumista responde con el amor sacrificado y con la pobreza voluntaria, señalando caminos de austeridad con los que se pueden superar tantas dificultades de la hora presente.

A una sociedad a veces manipulada responde con la obediencia, como ejercicio soberano de la libertad, y a la sociedad hedonista responde con la castidad, que lejos de recortar la fuerza del amor le da alientos de universalidad.

A una sociedad ideologizada responde con el Evangelio, hecho norma de vida y con la voz de la Iglesia, su depositaria.

A una sociedad huérfana y carcomida por el odio responde con el amor al Padre, a los hermanos, preferencialmente a los más pobres, a los enfermos, a los marginados.

A una sociedad llena de angustias y sin horizontes responde con la seguridad de la esperanza y con la perspectiva amplia del humanismo fundado en la fe”.

Pidamos a Santa María, que es auxilio de los cristianos, que nos ayude a obtener la gracia divina para ser constructores de la paz.

Autor: Crodegango






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