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El Magisterio enseña que el cristiano es a la vez miembro de la Iglesia y ciudadano de la sociedad política, razón por la cual debe llevar las exigencias de su fe a la comunidad social de la que forma parte.
Son muchos los documentos que han insistido en el compromiso por la cuestión pública de los laicos. Dentro de ellos tiene especial importancia la Exhortación Apostólica Chrisfidele Laici, dado por el Papa San Juan Pablo II, el día 30 de diciembre, fiesta de la sagrada Familia de Jesús, María y José, del año 1988 (el undécimo año de su Pontificado). A modo de referencia, para animar a su lectura íntegra, destaquemos algunos párrafos:
“17. La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas” (…)”.
En la sección titulada como “Todos destinatarios y protagonistas de la política”, en el punto 42 se lee:
“Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la «política»; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Como repetidamente han afirmado los Padres sinodales, todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública”.
La relevancia de la participación política de los laicos cristianos se debe ver como un aporte, en un ambiente cultural caracterizado por la pluralidad, que hace necesario defender con convicción los elementos propios de la ética cristiana.
En tal sentido conviene no olvidar que son valores irrenunciables de la ética política cristiana los siguientes:
- La existencia del Dios Vivo de la Biblia y su acción redentora, que nos invita a determinadas conductas morales en el ámbito familiar, social, económico, profesional.
- La dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. De esto derivan los derechos fundamentales del hombre y los deberes que tenemos respecto de todas las criaturas.
- El derecho a la vida, desde su concepción hasta su muerte natural.
- La existencia y valor de la libertad humana, que nos obligan a rechazar siempre cualquier tipo de esclavitud o sometimiento que provenga del hedonismo.
- La prioridad del ser sobre el tener.
- El valor de la justicia entre los hombres y entre los diversos pueblos.
Todos estos valores son patrimonio cristiano y no pueden dejar de estar presente en la cultura actual. Son valores universales que como tales son válidos para todos los hombres y es nuestro deber promoverlos y defenderlos.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a discernir, de manera coherente con nuestra fe, qué es lo mejor en esta crucial etapa política que se nos viene por delante.
Crodegango