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Dentro de los Padres de la Iglesia queremos recordar a San Cipriano, nacido entre los años 200 y 210, probablemente de origen cartaginés. Poco después de su conversión al cristianismo fue ordenado sacerdote; el año 249 fue elegido Obispo de Cartago. Su aporte teológico radica en haber sido el primero en desarrollar las líneas de la unidad de la iglesia, que permanecen hasta hoy.
En uno de sus escritos, titulado precisamente como “La Unidad de la Iglesia”, expuso una sentencia que ha pasado a la posteridad: “No puede ya tener a Dios por Padre quien no tiene a la iglesia por Madre” (N. 6). En el mismo escrito referido afirma que con palabras elocuentes que “no puede romperse esta unidad, ni puede ser dividido o despedazado un único cuerpo, desmembrando su estructura o siendo arrancadas sus vísceras con la laceración” (N. 23).
La “Unidad” significa ausencia de división interna. Esta nota distintiva de la Iglesia Católica no significa uniformidad, puesto que dentro de ella cabe un amplio espectro de idiosincrasias personales, rituales y culturales.
La unidad de la iglesia se manifiesta principalmente en tres vínculos que los católicos no podemos dejar de considerar y profundizar:
- La profesión de una misma fe recibida de los apóstoles y transmitida por el Magisterio.
- La celebración común de esa fe en el culto divido, especialmente, a través de los siete sacramentos.
- La comunión con el Papa y los obispos.
Para entender correctamente el sentido la unidad recordemos que ella se predica de una institución sobrenatural, que fue establecida directamente por Dios. La “Iglesia” es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo” (752 CIC). La Iglesia es el instrumento previsto por Cristo para “la redención universal” (LG).
La iglesia ha pasado durante toda su historia por muchas pruebas. Nadie puede discutir que actualmente nos encontramos en una de ellas, muy profunda y dolorosa. Un sello inequívoco del cuidado de la unidad proviene de la unidad de los fieles con sus obispos. La función del obispo, como centro de la unidad, es siempre una buena señal. En el plano de la piedad personal es pertinente que nos preguntemos honestamente ¿cuánto rezo por la Iglesia y sus necesidades, por nuestra jerarquía, por las vocaciones?
Pidamos al Espíritu Santo que nos dé luces para defender y amar cada día más a la Iglesia, que sabemos es una santa, católica y apostólica. Amén.
Crodegango