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Sería bueno preguntarnos si todas las consecuencias de la pandemia y las del conflicto social en que estamos inmersos hace algún tiempo, nos han permitido amar la cruz de Cristo e identificarnos con su sacrificio redentor.
Podría ocurrir que por un descuido o por nuestra tibieza reduzcamos la cruz a un mero símbolo, pero que no diga nada para nuestra vida interior. Y lo que sería peor aún es que nos rebelemos ante la voluntad de Dios.
Para buscar la que debería ser nuestra verdadera identidad no pierden vigencia las palabras de san Juan Pablo II, dadas en su discurso del Estadio Nacional de Chile, en abril de 1987, cuando nos exhortaba:
“Cristo nos está pidiendo que no permanezcamos indiferentes ante la injusticia, que nos comprometamos responsablemente en la construcción de una sociedad más cristiana, una sociedad mejor. Para esto es preciso que alejemos de nuestra vida el odio; que reconozcamos como engañosa, falsa, incompatible con su seguimiento, toda ideología que proclame la violencia y el odio como remedios para conseguir la justicia. El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. Dios siempre puede más.
En la experiencia de fe con el Señor, descubrid el rostro de quien por ser nuestro Maestro es el único que puede exigir totalmente, sin límites. Optad por Jesús y rechazad la idolatría del mundo, los ídolos que buscan seducir a la juventud. Solo Dios es adorable. Solamente Él merece vuestra entrega plena.
Pidamos a la Virgen Maria que interceda por nosotros para recibir siempre la gracia que nos permita ser obedientes a la voluntad de Dios.
Crodegango