|
Muchos estiman que no es conviene abordar este tema para no asustar o porque el asunto no sintoniza con la mentalidad de nuestra época.
La imagen con la que el imaginario colectivo representaba normalmente al diablo hace referencia al arte cristiano heredado de la Edad Media. Esa iconografía, que hoy no impresiona prácticamente a nadie, contribuye a que se distorsione la verdadera naturaleza que tiene el maligno.
No debemos olvidar que la fe enseña que el diablo es un ángel caído que ha optado por no servir a Dios. Su negación lo ha llevado a que su objetivo sea conseguir que los hombres nieguen a Dios a través de las diversas formas que conoce el pecado. Como, lo explica el Catecismo: "Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte" (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali (“El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”) (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800). (CIC 391)
No tiene base teológica y constituye un evidente error negar la existencia del diablo y su influencia en el mundo. Muchas manifestaciones del mal que hoy apreciamos en nuestra sociedad se debe a la influencia del maligno. Actualmente, muchos han optado por imitar al diablo -seguramente sin tener conciencia de ello-, ejecutando de manera cotidiana una serie de pecados que ofenden a Dios. Los ejemplos abundan: el aborto como “el derecho de las mujeres a decidir”; la eutanasia, “el derecho a morir dignamente”; la mentira como “un medio para conseguir un fin”; el adulterio se justifica como el “derecho a rehacer la vida”; el desorden sexual como “una opción”; el incumplimiento de los deberes sociales (como pagar impuestos y salarios justos), como una “optimización de recursos”; el consumo de marihuana, como “una conducta terapéutica”; las relaciones prematrimoniales, como “un acto de amor para probar si esto va a funcionar”; la violencia callejera y la destrucción de bienes, “como una lucha por la dignidad o las reivindicaciones de pueblos originarios”; etc.
El diablo tiene como táctica pasar inadvertido o actuar camuflado. Como lo expone la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, después de describir los caminos de salvación que Dios ha previsto para los hombres, se lee: “Pero con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema” (www.vatican.va).
En Papa Francisco, en marzo de 2022, nos advertía sobre el peligro que podemos correr de caer en las autojustificaciones, señalando que: «El diablo: a menudo llega «con ojos dulces», «con cara de ángel»; ¡incluso sabe disfrazarse de motivaciones sagradas, aparentemente religiosas! Si cedemos a sus halagos, acabamos justificando nuestra falsedad enmascarándola con buenas intenciones. Por ejemplo, cuántas veces hemos escuchado esto: “He hecho cosas extrañas, pero he ayudado a los pobres”; “me he aprovechado de mi rol —de político, de gobernante, de sacerdote, de obispo—, pero también para hacer el bien”; “he cedido a mis instintos, pero al final no le he hecho daño a nadie”, estas justificaciones y cosas por el estilo, una detrás de otra. Por favor, ¡no hay que hacer tratativas con el mal! ¡Con el diablo, nada de diálogo!»
No se debe ver en esta realidad misteriosa una lucha en igualdad de condiciones entre el bien y el mal. El maligno tiene límites en su actuar. Como lo explica el CIC, “(…) el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la Divina Providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28). (CIC 395).
La vida de oración, la cercanía a los sacramentos y las oraciones a Santa María han sido siempre armas eficaces en esta lucha. Sabemos que Cristo derrotó a la muerte y nos ha abierto el camino de la gracia para lograr nuestro fin último, que es la santidad.
Junto con nuestra lucha personal, tenemos que rezar para que esos hombres y mujeres, que hoy son instrumentos del diablo, se conviertan y vuelvan a Dios. No olvidemos que “Dios quiere que todos los hombres se salven”.
Pidamos a Santa María su protección para que nos aleje del maligno, y no nos desviemos del camino al encuentro personal con Jesucristo, Nuestro Señor.
Crodegango