"Unidos en Cristo para Evangelizar"
20 de Junio de 2019
San Pedro y San Pablo.
 




Recordados amigos,

El Señor nos ha regalado una nueva estación: el invierno. No a todos gusta del invierno. Pero la naturaleza se desenvuelve según sus normas y sus leyes. Recuerdo que en Alemania se decía que mientras más nieve caía en los campos, mejor iba a ser la cosecha del trigo en el verano.

El sábado de la próxima semana celebraremos y recordaremos a dos grandes héroes de nuestra fe: San Pedro y San Pablo.

Hace mucho tiempo, en Galilea, Jesús llamó a Simón Pedro varias veces para que lo siguiera: cuando Pedro, con su hermano Andrés, fueron a ver a Jesús por primera vez; cuando estaban pescando y les dijo “Serán pescadores de hombres”; cuando utilizó la barca de Pedro para predicar desde allí; cuando las redes de Pedro reventaban por la enorme cantidad de pescados; cuando Pedro caminó sobre las aguas; cuando Jesús habló con Pedro en la playa después de la Resurrección.  

Cada llamada era una llamada a un nivel de fe más profundo, a un nivel de confianza más profundo.

A medida que Pedro iba teniendo esos encuentros, aprendía más sobre Jesús y sobre sí mismo. Aprendió qué podía llegar a hacer si confiaba en Dios. Y aprendió que, a pesar de toda su fe, podía traicionar a Aquel que amaba. Cada sí de Pedro se convertía en una lección de humildad, una humildad que le permitió al final recibir la fuerza para llevar a otros a Cristo.

Todos nosotros debemos seguir el mismo camino de Pedro.

Hace mucho tiempo, los caminos polvorientos del mundo del aquel entonces no fueron un problema para el gran Saulo de Tarso. El más grande misionero de todos los tiempos, no le tuvo miedo a reconocer que aquel a quien perseguía era su Dios y Señor. Su Mesías, su Salvador.

Su vida fue una entrega diaria a lo que el Señor le iba mostrando y diciendo. Escribiéndole a Timoteo poco antes de morir y desde la cárcel en Roma, le escribe: “En cuanto a mí, ha llegado la hora del sacrificio y el momento de mi partida es inminente. He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe. Solo me espera la corona de la justicia que el Señor como justo Juez me entregará aquel día”.

Palabras escritas por un hombre que entregó todo su amor, su vida, su inteligencia, su tesón, a la causa de Cristo su Señor. “El Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara al oído de todos los paganos”.  Y otra frase maravillosa de Pablo: “Vivo yo, mas no soy yo, es Cristo que vive en mí”.

Cuánto nos faltan otros Pablos hoy día!

Tanto Pedro como Pablo murieron martirizados: Pedro fue crucificado en Roma el año 64, durante la persecución del emperador Nerón. Pablo fue decapitado en las afueras de Roma, en el año 67.

Celebremos a los dos insignes Apóstoles de Cristo con el deseo de seguir a Cristo como ellos, que a pesar de las dificultades y persecuciones, lo siguieron.

En la caridad de Cristo Misionero, los saluda y bendice, su párroco,

 

Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.


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