Apreciados amigos,

El Señor Jesús ha resucitado verdaderamente. Aleluya. Ese es el saludo que hacemos después de haber recorrido el camino de la Cruz en esta Semana Santa.

Han sido días de mucho asombro mirando a nuestro Salvador, primero el Jueves Santo, en su última Cena, cuando instituye allí el sacerdocio y cuando nos deja su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía. Cuando un Viernes Santo camina desde la ciudad de Jerusalén hasta el Calvario y allí, como el cordero que es llevado al matadero, da su vida por nosotros. A lo mejor nos quedamos con los ojos fijos en la cruz. Como que ahí terminó todo, el final de todo. Pero sabemos que precisamente en la cruz es donde hay un nuevo inicio. En el terrible instrumento de tortura, Dios ha realizado el mayor signo de amor. Ese madero de muerte, convertido en árbol de vida, nos muestra que Él ama obrar maravillas.

Y dentro de ese obrar maravillas, viene la Resurrección.

Celebremos. No hay nada que supere esa maravilla. Por tu Cruz y tu Resurrección, sálvanos, Señor.

Si ahondamos esta maravilla del amor de Dios, nuestra vida girará en torno a ese amor y descubriremos que no podemos vivir sin ese Amor. Con razón, San Juan define a Dios, ‘Dios es amor’.

Tiempo de Pascua. Tiempo de alegría, de gozo, de amor. No es un tiempo de disfrutar para nosotros mismos, es para hacerlo con los hermanos y anunciar que el Señor verdaderamente vive y está en medio de nosotros. No dejemos de anunciarlo y así sentiremos que el Señor nos dice: ustedes son mis amigos. Eso es lo que le da sentido a los discípulos misioneros de Jesús.

Les deseo una hermosa fiesta de Resurrección del Señor y un tiempo especial de gracia, porque nos sentimos muy amados por Dios, y nos sentimos poderosos porque podemos entregar ese amor que Dios nos tiene.

Un saludo de su párroco, lleno de la alegría del Resucitado para todos y cada uno de ustedes.

Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.